CORTÁZAR, JULIO: Historias de cronopios y de famas

OCUPACIONES RARAS.

Conducta en los velorios

“…Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Banfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa…”

MATERIAL PLÁSTICO.

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

HEMINGWAY, ERNEST: Cuentos

La breve vida feliz de Francis Macomber

“Había comenzado la noche antes, cuando se despertó y oyó el león rugiendo en algún lugar inconcreto, río arriba.  Era un sonido grave, rematado por una especie de gruñido mezclado con tos que parecía proceder de delante de su tienda, y cuando Francis Macomber se despertó en plena noche para oírlo tuvo miedo.  Oía a su esposa respirando plácidamente, dormida…

… por la mañana, mientras desayunaba a la luz de un farol en la tienda comedor, antes de que el sol saliera, el león volvió a rugir y Francis pensó que estaba en los límites del campamento…”

“Justo en ese momento el león rugió con un gemido cavernoso, repentinamente gutural, una vibración ascendente que pareció sacudir el aire y acabó en un suspiro y un gruñido intenso y cavernoso.»

Mi viejo

“Yo retrocedía y me sentaba a su lado y él sacaba una cuerda del bolsillo y comenzaba a saltar a la comba al sol con el sudor empapándole la cara, y él venga a saltar a la comba en medio de una nube de polvo blanco y la cuerda patatí, patatí, pat, pat, pat, y el sol cada vez más caliente, y él saltando cada vez más deprisa, subiendo y bajando un trecho de la carretera.  Os digo que era un gusto ver a mi viejo saltar a la cuerda.  Podía hacerla girar deprisa o despacio y con todo tipo de filigranas.»

El gran río Two-Hearted

“Hubo una larga sacudida. Nick pegó un tirón y la caña cobró vida peligrosamente, se dobló, el sedal se tensó, salió del agua, se tensó, todo ello en un tirón fuerte, peligroso, constante.  Nick se dio cuenta de que la hijuela se partiría si la tensión aumentaba y soltó sedal.

El carrete vibró en un chillido mecánico cuando el sedal se desenrolló velozmente.  Demasiado deprisa.  Nick no pudo controlar la velocidad a que salía, y el sonido que emitía el carrete se  fue haciendo más agudo a medida que se soltaba sedal.

Ya con el alma del carrete asomando, el corazón casi detenido de la emoción, echándose hacia atrás contra la corriente que le subía helada por los muslos, Nick metió el pulgar de la mano izquierda en el carrete para sujetarlo.  Resultaba incómodo meter el pulgar dentro de la estructura del carrete.”

“Che ti dice la patria?”

“Habíamos abandonado la zona de bosque; la carretera se alejaba del río para comenzar a ascender; el radiador hervía; el joven miraba irritado y suspicaz el vapor y el agua de color óxido; el motor chirriaba, y Guy tenía los dos pies en el pedal del acelerador; íbamos en primera y el coche subía y subía, retrocedía, avanzaba y subía, y por fin llegó arriba.  El chirrido se detuvo, y en medio del reciente silencio se oyó un estruendoso borboteo en el radiador.  Estábamos en lo alto de la última sierra que había por encima de Spezia y el mar.  La carretera descendía con curvas breves y apenas pronunciadas.”

Ahora me acuesto

“Aquella noche nos tendimos en el suelo de la habitación y escuchamos comer a los gusanos de seda.  Los gusanos de seda comían hojas de morera y toda la noche los oímos comer y el susurro que hacían entre las hojas.”

“Y aquella noche escuchaba los gusanos de seda.  Por la noche se puede oír comer a los gusanos de  seda muy claramente, y me quedaba con los ojos abiertos y los escuchaba”

“Estábamos echados sobre unas mantas extendidas sobre paja, y cuando nos movíamos la  paja ruido, pero a los gusanos de seda no les asustaba ningún ruido que pudiéramos hacer, y seguían comiendo tranquilamente.  También estaban los ruidos de la noche a siete kilómetros al otro lado de las líneas, pero eran distintos de los pequeños ruidos que se oían  en la habitación a oscuras.  El otro hombre que había en la habitación intentaba permanecer en silencio.  Entonces volvió a moverse.  Yo también me moví, para que supiera que estaba despierto.”

“Le  oí girarse debajo de sus mantas, sobre la paja, y al poco se quedó muy callado y lo escuché respirar de manera regular.  Luego comenzó a roncar.  Estuve mucho tiempo escuchándolo roncar, y cuando dejé de escucharlo roncar me puse a escuchar comer a los gusanos de seda.  Comían sin parar, y se oía ese susurro entre las hojas.”

PÉREZ REVERTE, ARTURO: Territorio comanche

“Era lo que ellos llamaban territorio comanche en jerga del oficio.  Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta.  El lugar donde los caminos están desiertos y las casas son ruinas chamuscadas; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos.  El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos.  Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando.  Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti.”

“Algunas balas pasaron silbando muy altas, casi al límite de su alcance, cuando cruzó la carretera.  Procedían de la otra orilla y eran balas perdidas, de las que iban sin rumbo y a veces caían con un chasquido sobre el asfalto.  Sonaban como al sacudir en el aire un largo alambre.  Ziaaang.  Ziaaang.  Inclinó un poco la cabeza al oírlas pasar, por instinto.  La bala que te mata es la que no oyes pasar, recordó.  La bala que te mata es la que se queda contigo sin decir aquí estoy.”

“El viejo apareció en una de esas mañanas en que durante algunas horas dejaban de caer bombas.  Entonces el silencio venía como algo extraño, inusual, y entre las ruinas se alzaban hombres, mujeres y niños semejantes a fantasmas sucios.”

“…Barlés no oyó estampido alguno, sino un golpe de aire denso y caliente, como si fuera sólido, que le golpeó el pecho, la cara y los tímpanos para retumbarle dentro de los pulmones, las fosas nasales y la cabeza, y después vino el ruido, muy seco, algo así como Crac-bang, y el río y el puente se llenaron de humo y del cielo empezaron a llover cascotes.”

PÉREZ REVERTE, ARTURO: El pintor de batallas

“La voz de mujer sonaba como de costumbre, amplificada por la megafonía de a bordo; y aún pareció más fuerte y clara cuando la embarcación estuvo ante la pequeña caleta, pues entonces el sonido del altavoz llegó hasta la torre sin otro obstáculo que algunos pinos y arbustos que, pese a la erosión y los derrumbes, seguían aferrados a la ladera.”

“El otro emitió un sonido apagado.  Tal vez un amago de tos, o una súbita risa.”

“Era una montaña concreta, desnuda, sin vegetación, de la que en invierno bajaba un viento frío. ¿Comprende?… Un viento que había moverse la alambrada con un sonido que tengo dentro de la cabeza y no se apaga jamás… El sonido de un paisaje helado e inflexible, ¿sabe, señor Faulques?… Como sus fotografías.”

“A ratos soplaba brisa del noroeste, un terral suave que traía olor intenso de materia quemada y también un sordo retumbar sincopado semejante a batir de timbales o trueno que se prolongase, monótono.”

“Si toda guerra significaba un camino al infierno, África era el atajo.  Chac, chac.  Aquel chasquido de machetes golpeando carne y huesos era algo que tampoco podía fotografiarse, ni pintarse.  Ciertos sonidos eran perfectos en sí mismos, y tenían color: el verde templado en los tonos medios y largos de un violín, el azul oscuro del viento nocturno, el gris del repiqueteo de lluvia en la ventana.  Pero aquel chasquido era imposible componerlo en la paleta.  Sus contornos se perdían como los planos en el color de Cézanne.”

PÉREZ REVERTE, ARTURO: El club Dumas

“De codos sobre los garabatos húmedos, junto a las palancas de la cerveza a presión, Makarova emitió un gruñido escéptico.”

“Tenía la voz grave, un poco ronca.  El eco de una mala noche.”

“Con la mirada fija en las paredes cubiertas de libros, Liana Taillefer guardó silencio.  Un silencio incómodo, se dijo Corso; tal vez algo forzado, con el aire absorto como recurso.”

Se reía a solas cuando descolgó el teléfono, marcando el número de La Ponte.  El ruido del disco al girar sonaba en el silencio del cuarto.  Había libros en las paredes, tejados húmedos de lluvia al otro lado del mirador oscuro.”

“La voz soñolienta de La Ponte sonó en el teléfono.”

“Tras un silencio desconcertado, La Ponte respondió que se alegraba mucho.”

“El taconeo de la secretaria redoblaba en el suelo de madera barnizada.  Lucas Corso la siguió por el largo pasillo –paredes color crema suave, luces indirectas, música ambiental- hasta llegar a una pesada puerta de roble.  Obedeció la indicación de aguardar un instante y después, cuando la secretaria se hizo a un lado dedicándole una sonrisa breve e impersonal, entró en el despacho.”

“En el rincón de su cerebro donde residía el instinto de cazador, algo empezó a latir fuera de lugar.  Tic, tac.  El sonido casi imperceptible de una máquina desajustada.”

“-Corso sostuve de nuevo el libro, sujetó el corte de sus páginas con el pulgar y las hizo correr aguzando el oído, atento al sonido que producían-.  Hasta el papel suena como debe.”

“Un ángel –xilografiado por Durero- batió con suavidad sus alas tras el cristal de un marco, en la pared, mientras los zapatos de Corso giraban despacio sobre el mármol negro del suelo.”

“Subió al cadalso sin aceptar reconciliarse con Dios y guardaba silencio obstinado.  Cuando prendieron fuego el humo empezó a sofocarlo.  Desorbitó los ojos con grito terrible, encomendándose al Padre.  Muchos presentes santiguábanse porque pedía clemencia a Dios en la muerte.  Otros dicen que gritó al suelo, o sea a las entrañas de la tierra…”

“Un reloj dio tres campanadas y las palomas levantaron el vuelo desde la torre y los tejados…… La ginebra le daba una grata sensación de distanciamiento, acolchaba sonidos e imágenes del exterior.”

“El lugar se veía desierto, y sus pasos resonaban bajo la bóveda.  Una vez creyó escuchar algo a su espalda.  Algún cura llegaba tarde al confesionario.”

“Tras un silencio cortés, Corso decidió devolverme el control de la situación.”

“El silencio era casi absoluto, roto únicamente por el crujir de sus zapatos sobre la gravilla de la cuneta, o el goteo de los canalillos de agua ladera abajo, entre la jara y la hiedra, invisibles en la oscuridad.”

“Apenas llegó al hotel hizo varias llamadas telefónicas.  La primera fue al número de Lisboa que tenía en la agenda; y tuvo suerte, porque Amílcar Pinto estaba en casa: lo averiguó tras conversar con su malhumorada mujer, con sonido de fondo de un televisor a todo volumen, llanto agudo de críos y violenta discusión entre voces adultas que llegaban a través del auricular de baquelita negra.”

“Corso blasfemó en voz baja y a conciencia, igual que si estuviese murmurando una oración.  Después miró a su alrededor los libros en las paredes, sus lomos oscuros y usados, y le pareció que un extraño, lejano rumor, llegaba hasta él desde el interior de éstos.  Cada uno de aquellos volúmenes cerrados era una puerta tras la que se agitaban sombras, voces, sonidos, abriéndose paso hasta él desde un lugar profundo y oscuro.  Entonces se le erizó la piel.  Como a un vulgar aficionado.”

“Gracias a eso no sintió demasiado dolor al rodar por la escalera golpeándose con las aristas de piedra, y llegó abajo contuso aunque consciente; quizás un poco sorprendido de no escuchar el splash –onomatopeya conradiana, fue la absurda asociación- de su cuerpo en las aguas del río.”

“Corso escuchó un lejano grito de dolor –que sospechó procedía de su propia garganta- cuando el otro le asestó una limpia y precisa patada en los riñones.”

“Se escuchó un ruido espeso –paf, o tal vez tump– y Rochefort desapareció del campo de visión de Corso igual que si lo hubieran sacado de allí con un resorte.”

“La luz que venía del puente le iluminaba la cicatriz, y Corso tuvo tiempo de ver su gesto de estupor antes de que la chica emitiese de nuevo aquel grito seco, cortante como un cuchillo…”

“La Ponte escuchaba con mucha atención; casi podía oírse el ruido de su cerebro cavilando.”

“A través de la ventana cerrada, entre el viento y la lluvia, llegó el sonido del reloj de un campanario.  Casi al mismo tiempo, once campanadas gemelas se escucharon en el interior de un edificio, pasillo y escaleras abajo.”

“Estaba pendiente de la puerta.  Con la última campanada se había escuchado un ruido en ella, y por los ojos de la mujer cruzó un reflejo de triunfo.”

“Desde su posición estuvo oyendo el ruido lejano de la llamada a través de la línea hasta que un clic lo interrumpió.”

“-Su Eminencia aguarda, caballero- dijo.  Y soltó una carcajada perfecta, breve y seca, de esbirro cualificado.”

“Salieron a la calle, en la tormenta.  Rochefort había puesto la carpeta con el manuscrito Dumas bajo el impermeable para protegerla de la lluvia, y guiaba a Corso por las callejeulas que conducían a la parte vieja del pueblo.  Ráfagas de agua agitaban las ramas de los árboles, repiqueteando ruidosamente en los charcos y sobre los adoquines; gruesas gotas le caían a Corso por el pelo y la cara.  Se levantó el cuello del gabán.  El pueblo estaba a oscuras y no se veía un alma; sólo el resplandor de la tempestad iluminaba las calles a intervalos, recortando tejados de edificios medievales, el perfil sombrío de Rochefort bajo el ala goteante del sombrero, las siluetas de los dos hombres en el suelo mojado, quebradas en violentos zigzags con las descargas eléctricas que sonaban igual que truenos del diablo al golpear, semejantes a latigazos, la agitada corriente del Loira.

-Hermosa noche- dijo Rochefort, vuelto hacia Corso para hacerse oír sobre el estruendo.”

“Rochefort empuñaba una pequeña linterna, alumbrando las escalera larga y estrecha que se perdía en dirección al sótano.

-Vaya delante- dijo.

Los pasos resonaban en las revueltas del pasadizo.”

“La linterna, milagrosamente intacta, iluminó varios momentos de la escena al caer rodando por la escalera: Rochefort con los ojos desencajados y una expresión de sorpresa en la cara, Rochefort piernas por alto intentando asirse desesperadamente al vacío, Rochefort a punto de desaparecer tras la revuelta de la escalera de caracol, el sombrero de Rochefort rodando de peldaño en peldaño hasta detenerse en uno de ellos… Y algo después, seis o siete metros más abajo, un ruido sordo, algo así como un clunc.  O tal vez plaf.”

“…en una mano la linterna y en la otra la navaja de Rochefort, que se abrió en su palma con amenazador chasquido automático.”

“Cuando empujó la verja, el silencio se mantenía perfecto.  Ni siquiera las suelas de sus zapatos levantaron el menor eco al caminar sobre la piedra que enlosaba el patio, gastada por pasos muertos y lluvia de siglos.  La escalera arrancaba de allí, estrecha y empinada, bajo una bóveda de medio punto a cuyo término se veía la puerta, pesada y con gruesos clavos, oscura y cerrada: la última puerta.”

“Respiró un par de veces y se entretuvo en contar diez latidos de su corazón antes de apretar los dientes, después los puños, y golpear de nuevo.  Un reguero de sangre brotó ahora de la boca desencajada del librero.  Seguía murmurando su plegaria, impresa en los labios tumefactos una sonrisa alucinada, absurda, de extraño gozo.  Corso lo agarró por el cuello de la camisa para arrastrarlo, brutal, fuera del círculo antes de golpear otra vez.  Sólo entonces Varo Borja exhaló un gemido animal, de angustia y dolor, y, pateando, zafándose con inesperada energía, se arrastró a gatas hasta el círculo.”

“Y en ese momento, al extremo de la escalera que dejaba atrás, al otro lado de la última puerta del reino de las sombras, allí donde jamás llegaría la luz de ese amanecer en calma, sonó un grito.  Un alarido desgarrado, inhumano, de horror y desesperación, en el que apenas pudo reconocer la voz de Varo Borja”

PÉREZ REVERTE, ARTURO Y CARLOTA : El capitán Alatriste

“Italiano, dedujo el capitán al oír su acento.  Hablaba quedo y grave, casi confidencial, pero de un modo apagado, áspero, que producía una incómoda desazón.  Como si alguien le hubiera quemado las cuerdas vocales con alcohol puro.  En lo formal, el tono de aquel individuo era respetuoso; pero había una nota falsa en él.”

“El italiano silbó entre dientes un aire musical parecido a la chacona, algo como tirurí-ta-ta repetido un par de veces, mientras de soslayo al capitán…”

“Diego Alatriste añoró una vez más los campos de Flandes, el crepitar de los arcabuces y el relinchar de los caballos, el sudor del combate junto a los camaradas, el batir de tambores y el paso tranquilo de los tercios entrando en liza bajo las viejas banderas.”

“Dieron las ocho en la torre del Carmen Descalzo.  Y sólo un poco más tarde, como si las campanadas de la iglesia hubieran sido una señal, un ruido de cascos de caballos se dejó oír al extremo de la calle, tras la esquina formada por la tapia del convento.  Diego Alatriste miró hacia la otra sombra emboscada en el portillo, y el silbido de la musiquilla de su compañero le indicó que también estaba alerta.  Soltó el fiador de la capa, despojándose de ella para que no le embarazase los movimientos, y la dejó doblada en el portal.  Estuvo observando el ángulo de la calle alumbrado por el farol mientras el ruido de dos caballos herrados se acercaba despacio.  La luz amarillenta iluminó un reflejo de acero desnudo en el escondrijo del italiano.”

“La pregunta de Olivares cogió desprevenido al capitán.  Un sexto sentido, semejante al ruido que hace una hoja de acero resbalando sobre piedra de afilar, le aconsejó exquisita prudencia.”

“Después volvió la espalda y se fue, convertido de nuevo en la sombra negra que siempre había sido.  Y oí su risa alejándose bajo la lluvia.”

HEMINGWAY, ERNEST: Fiesta

Robert se había ido y yo seguía sentado a una mesa en la terraza del Napolitain, contemplando la caída de la noche, la aparición de los anuncios luminosos, las señales rojas y verdes del tránsito, la multitud que pasaba, los coches de caballos que marchaban con su clop-clop por el borde de las compactas filas de taxis, y las poules que, solas o en pareja, iban en busca de su comida vespertina.

HEMINGWAY, ERNEST: Adiós a las armas

“Seguimos comiendo.  Se oyó un tosido, un ruido como el de una locomotora al ponerse en marcha y luego una explosión que volvió a sacudir el suelo.”

“Entre los demás ruidos oí un tosido, luego el chu-chu-chu y a continuación se produjo un destello como cuando se abre la puerta de un horno y un estruendo que empezó siendo blanco y acabó siendo rojo entre un viento arrollador.  Intenté respirar, pero no pude tomar aliento y noté cómo salía, salía y salía de mi cuerpo arrastrado por aquel viento.  Salí de mi cuerpo y supe que estaba muerto y que había sido un error pensar que uno moría sin más.  Luego floté y en lugar de dejarme llevar giré sobre un costado.  Respiré y regresé.”

“Estaba debajo de la lona al lado de unos cañones.  Despedían un limpio olor a grasa y aceite.  Seguí tumbado y escuché el ruido de la lluvia sobre la lona y el traqueteo del tren sobre los raíles.  Se colaba un poco de luz y miré los cañones, llevaban la funda de lona puesta.”

FITZGERALD, FRANCIS SCOTT: El gran Gatsby

“Me quedé unos segundos escuchando el chasquido y el golpeteo de las cortinas y el crujir de una cuadro en la pared.  Se escuchó un estruendo.  Tom cerró el ventanal de atrás y el viento, cautivo, se extinguió en el cuarto.  Las cortinas, las alfombras y las dos muchachas parecieron descender lentamente al suelo.”

“Miré de nuevo a mi prima, que empezaba a hacerme preguntas con su ronca y emocionante voz.  La suya pertenecía a aquella clase de voces cuyo tono es seguido atentamente por el oído, como si cada palabra fuera una composición musical que jamás se volvería a interpretar.”

“En la habitación contigua era audible un murmullo apagado, apasionado; la señorita Baker se echó adelante sin el menor recato, intentando oír.  El murmullo tembló al borde de la coherencia, se hundió, ascendió excitadamente y luego cesó por completo.”

“Tom y la señorita Baker estaban sentados a los extremos de un largo sofá; ella leía en voz alta el Saturday Evening Post.  Las palabras, apenas murmuradas en tono opaco, corrían con ritmo apaciguador.”

“El viento se había calmado y había dejado una noche brillante y ruidosa, con alas que golpeaban entre los árboles y un sordo rumor de órgano, como si los cargados fuelles de la tierra estuvieran soplando a las ranas llenas de vida.”

“A las nueve, una mañana a fines de julio, el soberbio coche de Gatsby se deslizó por la rocosa pendiente hasta mi puerta e hizo sonar su bocina de tres notas, como un chorro de melodía.”

“… llevaba una pollera escocesa, que revoloteaba al viento, y cuando esto ocurría, las banderas rojo-blanco-azules que ondeaban en lo alto de las casas se estiraban muy tiesas y decían “tu-tu, tu-tu”, con un sonido de desaprobación.”

“El estimulante murmullo de su voz fue un soplo cordial bajo la lluvia.  Por un instante seguí su sonido hasta que me alcanzaron las palabras.”

“Mientras duró la lluvia, escuchaba el murmullo de sus voces, elevándose y aumentando de volumen de vez en cuando, con ráfagas de emoción, pero ante el nuevo silencio sentí que quizá también había caído  el silencio dentro de la casa.”

“Ahora el viento soplaba fuerte; se escuchaban estampidos de truenos por el Sound. En West Egg todas las luces estaban prendidas; los trenes eléctricos, llenos de gente, se abrían paso desde Nueva York a través de la fuerte lluvia.  Era la hora de una profunda movilización humana y la atmósfera se cargaba de excitación.”

“Daisy empezó a cantar siguiendo la música, en ronco y rítmico susurro, dando a cada palabra un significado que nunca tuvo ni tendría jamás.  Cuando la melodía ascendía, se quebraba su voz, dulcemente, siguiéndola como hacen las voces de contralto y a cada mutación vertía en el aire algo de su cálida magia humana.”

“En el momento en que Tom levantaba el teléfono, el calor comprimido estalló en ruidos; hasta nosotros llegaron los portentosos acordes de la marcha nupcial, procedentes del salón de baile de la planta baja.”

“Al comenzar la ceremonia, la música se había apagado; a través de la ventana salían alegres vivas, seguidos por intermitentes gritos de “¡yea-ea-ea!” y, finalmente, un estallido de jazz al empezar el baile.”

“A mis oídos llegó entonces un triste y desgarrador lamento que salía sin cesar del garaje, lamento que, al bajarnos del coche y dirigirnos a la puerta, se resolvió en las palabras: “¡Oh, Dios Santo!”, repetidas una y otra vez en jadeante lloriqueo.”

“Y es que Daisy era joven; su artificioso mundo estaba saturado de orquídeas, de agradable y alegre ligereza, y de orquestas que marcaban el ritmo del año, resumiendo la tristeza y las posibilidades de la vida en nuevas canciones.  Los saxofones gemían durante toda la noche el desolado comentario de los Beale Street Blues mientras cientos de dorados y plateados zapatitos se deslizaban sobre el reluciente polvo.  A la hora gris del té, siempre había habitaciones que latían incesantemente con esa leve y dulce fiebre, y caras frescas flotaban por acá y por allá como pétalos de rosa impulsados por el aire de los tristes instrumentos.”

CAPOTE, TRUMAN: Desayuno en Tiffany

«Desayuno en Tiffany«

“Cantaba con el acento afónico y quebrado de un muchacho…. Canciones nómadas, agridulces, con letras que sabían a pinar o pradera”

“… hablaba con un sincopado ritmo metálico, como un teletipo…”

“Y el gato, una vez en libertad, saltó y se instaló sobre su hombro, desde donde comenzó a balancear la cola como si se tratase de una batuta dirigiendo alguna rapsodia.  También Holly parecía habitada por cierta melodía, airoso chumpachumpachum de bon voyage.”

“Una casa de flores”

“En los bulliciosos fines de semana, mientras los tambores saludaban la aparición de la luna, ella permanecía sentada a su ventana, mirando distraída los grupos de gente que pasaban cantando, bailando y redoblando los tambores por la calle; y oyendo los silbidos y las risas sin sentir el más mínimo deseo de participar de la algarabía.”

“…el gallo andaba pavoneándose por allí, cantándole al cielo…”

“Una guitarra de diamantes”

“Tico Feo rasgaba la guitarra con sus largos dedos ondulantes y cantaba una canción tan alegre como el tintineo de unas monedas.”

“…con una voz más suave que el ruido del viento en las copas de los pinos, dijo “mañana”…”

“Los chillidos estridentes de los pájaros acompañaron a los presos a través de los humeantes bosques matutinos.  Caminaban en fila india, de quince en quince, con un guardia al final de cada grupo.  Mr. Schaeffer sudaba como si hiciese mucho calor, y era incapaz de seguir el paso de su amigo, que se le adelantaba, haciendo castañetear los dedos y silbándoles a los pájaros.”

“Desde diversos rincones del bosque les llegaban resonantes gritos, como voces emitidas en una caverna, y luego silbaron, altos, tres balazos, como si el guardia disparase contra una bandada de patos.”

“Un recuerdo navideño”

“Al cabo de tres horas nos encontramos de nuevo en la cocina, pelando una carga de nueces de pecán que el viento ha hecho caer de los árboles… ¡Caaracrac! Un alegre crujido, fragmentos de truenos en miniatura que resuenan al partir las cáscaras mientras en la jarra de leche sigue creciendo el dorado montón de dulce y aceitosa fruta marfileña.”

“Pero al poco rato comenzamos a cantar simultáneamente una canción distinta cada uno.  Yo no me sé la letra de la mía, sólo: Ven, ven, ven a bailar cimbreando esta noche.  Pero puedo bailar: eso es lo que quiero ser, bailarina de tap en películas musicales…Mi amiga baila un vals alrededor de la estufa, sujeto el dobladillo de su pobre pollera de algodón con la punta de los dedos, igual que si fuera un vestido de noche: Muéstrame el camino de vuelta a casa, está cantando, mientras rechinan en el piso sus zapatillas.  Muéstrame el camino de vuelta a casa.

“”Entran dos parientes.  Muy enojados.  Potentes, con miradas tensoras, lenguas severas.  Escuchen lo que dicen, sus palabras amontonándose unas sobre otras hasta formar una canción iracunda:

-¡Un niño de siete años! ¡Oliendo a whisky! ¡Te has vuelto loca! ¡Dárselo a un niño de siete años! ¡Estás chiflada! ¡Por el mal camino! ¿Te acuerdas de la prima Kate? ¿Del tío Charlie? ¿Del cuñado del tío Charlie? ¡Qué escándalo! ¡Qué vergüenza! ¡Qué humillación! ¡Arrodíllate, reza, pídele perdón al Señor!”

“Mucho después de que el pueblo haya ido a acostarse y la casa esté en silencio, con la sola excepción de los carillones de los relojes y el chisporroteo de los fuegos casi apagados, mi amiga llora contra una almohada que ya está tan húmeda como el pañuelo de una viuda.”

“…nos disponemos a elegir el árbol… el que elegimos es el doble de alto que yo.  Un valiente y bello bruto que aguanta treinta hachazos antes de caer con un grito crujiente y estremecedor.”