Sitio para socializar una recopilación de textos y presentar una propuesta de trabajo que promueva la composición musical en diferentes ámbitos profesionales y de educación. — En nuestro trabajo como docentes de música nos hemos valido de citas literarias sugerentes como punto de partida para la composición musical, citas que hemos ido recopilando a lo largo de los años y ahora suman decenas. Los resultados de estas experiencias de aula han sido tan interesantes que nos han movilizado a compartir este material y algunos de esos trabajos, que intentamos sean motivadores para otros colegas que sabemos siempre en la búsqueda de nuevos recorridos para enriquecer sus experiencias áulicas. La composición en el aula es posible en todos los niveles de la educación musical y la literatura es una gran aliada para despertar la emoción y para guiarnos en la búsqueda y experimentación con los sonidos.
“En el prado, aquí y allá, se veían manchas blancas de nieve endurecida. En lo alto del puente había dos cuervos, inmóviles, que miraban hacia abajo, hacia el río, lanzando de vez en cuando agudos graznidos de reprobación. Su voz resonaba helada en el bosque pelado, cruzaba el río y se clavaba en nuestros oídos. Un camino estrecho sin asfaltar seguía el curso del río. No sé hasta dónde continuaba ni adónde conducía, pero parecía sumido en un silencio terrible y daba la impresión de que no lo pisara nunca un alma. Por las cercanías no se veía ninguna casa, sólo campos helados. En los surcos arados de los campos, la nieve se acumulaba trazando líneas de color blanco. Había cuervos por todas partes. Al vernos pasar, lanzaban breves graznidos, como si emitieran alguna señal para otros congéneres.”
“Shimamoto enmudeció. Permaneció largo tiempo en silencio. Yo seguí conduciendo sin decir nada. Creía que ella prefería no hablar. Opté por dejarla en paz. Pero, de pronto, me di cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. Shimamoto empezó a hacer un ruido extraño al respirar. Un ruido, para entendernos, parecido al de una máquina. Al principio, pensé incluso que le pasaba algo al motor del coche. Pero el ruido llegaba, sin duda alguna, del asiento de al lado. No era un sollozo. Era como si Shimamoto tuviera un agujero en la tráquea, como si el aire fuera escapándose por él al respirar.”
“Un silencio profundo que absorbía todos los ecos sin dejar que afloraran jamás a la superficie. Aparte de ese silencio, no había nada más. Era la primera vez que me enfrentaba a la imagen de la muerte.”
“Me dirigí a las profundidades de aquellas tinieblas heladas y la llamé. Pronuncié muchas veces, en voz alta, su nombre. Pero mi voz se perdía en aquella nada infinita y, por más que la llamase, aquello que había en el fondo de sus pupilas no se movía ni un ápice. Ella seguía lanzando aquel extraño estertor al respirar, aquel ruido que parecía el viento filtrándose por un resquicio. Su respiración regular me indicaba que aún estaba en este mundo. Pero lo que había en el fondo de sus pupilas, pertenecía por completo al más allá.”
“Dentro de esa oscuridad, pensé en la lluvia que caía sobre el mar. La lluvia que caía furtivamente, sin que nadie lo supiera, en un vasto mar. Las gotas de lluvia golpeaban mudas la superficie del agua, sin que ni siquiera los peces lo percibieran.
Hasta que alguien se acercó y posó suavemente su mano sobre mi espalda, seguí pensando en el mar.”
“El primer pájaro que
busqué fue el chotacabras, que solía anidar en el valle. El canto es como la caída de un chorro de
vino en un barril hondo y resonante. Es
un sonido fragante, con un aroma que se eleva al cielo callado. Al resplandor diurno suena más flaco y más
seco, pero con la oscuridad se hace añejo y melodioso. Si los cantos tuvieran olor, este olería a
uvas y almendras machacadas en madera oscura.
El sonido rezuma sin que se pierda una gota. La madera rebosa de canto. Luego para.
De golpe, inesperadamente. Pero
el oído sigue percibiéndolo, eco prolongado y declinante que se escurre ondulando entre los árboles de
alrededor.”
“De repente echaron a
volar corriente arriba y cientos de pinzones se arremolinaban para alejarse con
el frufrú de alas desesperadas”
“Hubo un ronroneo
sibilante parecido al repique lejano de una agachadiza.”
“De los campos partió
una salva de chorlitos que alborotaron el horizonte con un oscuro susurro de
alas”.
“Junto al río dominaba
el silencio. Solo se oía un lejano
susurro de cañas y el aliento suave del viento y la lluvia. En algún punto del este empezó un monótono kiirk, kiirk, kiirk. Tardé mucho en reconocerlo. Primero pensé que era el bufido chirriante de
una bomba de agua, pero a medida que se acercaba comprendí que era el chillido
del peregrino. Esa especie de rechinar
de sierra se alargó por veinte minutos paulatinamente se hizo más débil y
espasmódico.”
“El cuervo reculó y el
peregrino volvió a chillar. El grito
lento, áspero, puntiagudo, serrado, me llegaba claramente a través de
trescientos metros saturados de niebla.
La llamada de un peregrino tiene un fino halo de reto cuando hay riscos,
montañas o valles anchos que le den eco y timbre. Un segundo cuervo echó a volar y el halcón se
calló.”
“El campo estaba en
silencio, en brumas, poblado de movimientos furtivos. Un viento frío veteaba el cielo de
nubes. De las hojas secas de los setos donde correteaban los gorriones surgía un rumor de lluvia.”
“Cantó un pájaro; una
especie de ladrido sordo, cortante, como de garza llamando en sueños.”
“Oí una hoja
desprenderse y ondular en caída hasta dar en la superficie brillosa del camino
con un ruido leve y áspero.”
“No paraba de llamar;
era un gruñido penoso que se agudizaba en silbido desconsolado”
“De la gran laguna de
la marisma, como una orquesta que afina, llegó el murmullo de una bandada de
cercetas.”
“Doscientas avefrías y
muchos zorzales reales y alirrojos y mirlos atendían a los ruidos de los
gusanos cuando bajé a lo largo del arroyo, que rumoreaba en la mañana serena”
“A larga distancia
empezó un golpeteo duro. Era como si un
zorzal machacara un caracol en una piedra, pero venía de arriba. En un roble de un seto, en la punta de una
rama lateral, un pico menor, aferrado a una varilla, martillaba una agalla de
cera tratando de sacar la larva que tenía adentro.”
“Yo me puse a
golpetear una agalla con la uña y después con una piedra afilada pero no logré
reproducir ese sonido crepitante que se oía a cien metros.”
“A medida que bajaba
el sol se iba haciendo más fuerte el pii-huí de los chorlitos.”
“El gorjeo de los pájaros
se mezcló con los ladridos pulsantes de los beagles y las pisadas de la liebre
en fuga, que atravesó un seto y al tirarse al río pulverizó el agua como una
palada de tierra.”
“Ululan las lechuzas recién despiertas. Las primeras estrellas resbalan cielo
abajo. Como un halcón en su percha,
escucho el silencio y atisbo la oscuridad.”
“El llamado de alarma
llegó de repente, agudo, crudo, fuerte, un sonido de resuello, estrujado, que
decía “halcón a la vista”. Junto al
puente, en las varas desnudas de los tilos, zorzales silenciosos observaban el
silencio.”
“Al primer chistido de
un mochuelo, una musaraña se escabulló bajo un seto y se escondió entre hojas
muertas. La llamada paralizó de golpe a
unos ratones de campo que corrían por las ramas de un arbusto inclinado sobre
el río. Cuando cesó, los ratones se
echaron al agua y nadaron a refugiarse entre los juncos. Yo anduve al borde del seto. Me sobresaltó el salto repentino y ruidoso de
una becada. Voló hacia el cielo y vi el largo pico curvado hacia abajo y las
alas romas, como de lechuza, y oí el fino silbido y el graznido gutural de su
llamado itinerante; cosa rara de oír en un frío anochecer de noviembre.”
“El sol encendía el
coral de los setos helados, blanco como hueso, de un resplandor frío y
hosco. En el valle silencioso no se movió nada hasta que la escarcha empezó
a fundirse al sol, y evaporarse, y los árboles a gotear, en una cueva de bruma
que las primeras voces de las granjas venían a poblar de ecos y vaguedades.”
“Doradas hojas de sol
caían lentamente por la niebla matinal.
Los campos brillaban de humedad bajo un cielo azul. De un olmo cercano al río el halcón macho
despegó a la luz neblinosa, llamando con un sonido alto, ronco, empañado: un
kiirk, kiirk, kiirk, kiirk, kiirk filoso y bárbaro.”
“Llegué al estuario
con la marea alta. Miles de correlimos
relucientes se zambullían en el agua siseando.
Barnaclas carinegras y silbones flotaban
en las bahías desbordantes. Los cazadores se habían ido. A través de flashes de bronce y los ecos del
atardecer temprano, los silbones no se hartaban de chiflar y un solitario
colimbo chico elevaba su queja melancólica.”
“Despegaron con un
tremendo ruido nasal: un estornudo de agachadiza, no una exhalación.”
“Después de la puesta
se despejó el cielo. Muy a lo lejos,
arriba, hubo un ruido como fósforo raspado.”
“El duro silbido de
los patos chillones no cesaba de resonar sobre el agua fría. Cuando no estaban volando, dejaban escapar
por la nariz un sonido magro, ronco, una especie de ang-üiic, y sacudían tanto la cabeza
mofletuda que los ojos festoneados de amarillo parpadeaban al sol locamente.”
“El aire sabe a metal
frío. El halcón macho sube a los árboles
planeando como una sombra. Llama una
vez: un sonido final como un repique de una reja que se cierra.”
“Es un gruñido
vibrante; sostiene una pausa sensitiva, larga hasta lo casi insoportable; luego
suelta la recua de burbujas de su trémulo canto hueco. El canto baja resonando hasta el arroyo y
quiebra la superficie helada del aire.”
“A través del bosque,
por los meandros del río, me llegó el canto agudo y trémulo de un martín
pescador, suerte de silbido de una respiración”
“Y ahora solo se oía
el susurro de la nieve al derretirse, un rumor tenue, como de un ratón en
hierba seca, y el cascabeleo de un pedregoso hilo de agua que iba a dar al
arroyo.”
“Voló por encima de mí
y en el primer frío de la noche primaveral de repente llamó. Un chillido vibratorio se alargó hasta
afilarse y espinosamente se fundió en el silencio. Pero no el mismo silencio que antes.”
“El huerto estaba
tranquilísimo al sol, recorrido por una luz ámbar pálido. No se oía más que el canto de los zorzales y
los mirlos, amortiguado por la distancia, de tanto en tanto el llamado de una
gallineta, crujido y susurro de ramitas al viento. El único movimiento era el de la silenciosa
trilladora de las alas del halcón a través de los corredores soleados. Silenciosa para mí; al oído de los ratones de
la hierba baja, de las perdices ocultas y mudas en la hierba alta alrededor de
los árboles, esas alas raspaban el aire con el gemido candente de una
motosierra. Le temen al silencio; cuando
arriba de ellas cesa el ronroneo, se preparan para el choque. Lo mismo que en la guerra nosotros aprendimos
a temer el silencio súbito de la bomba en vuelo, sabiendo que la muerte estaba
al caer, pero no dónde ni sobre qué.”
Del rompeolas llegaba
el chirrido árido de unas parejas de perdices.
Al principio eran llamadas resecas sin la menor sincronía. Luego el aleteo nervioso empezó a extraer un
sonido gutural, decreciente, que poco a poco expiró mientras las aves planeaban
por encima de un seto y se dejaban caer a cubierto. Parecían esos juguetes a
cuerda que balbuceaban hasta callar.”
“Al anochecer, cuando
empieza la caza, vuelven a ser diferentes. El canto de primavera es una sola
nota de oboe, ascendente, hueca, dulcemente patética. Suena como si a lo lejos
un zarapito real llamara en sueños.”
“Desde el cielo empezó
a llegarme una curiosa suerte de balido, al principio débil, poco a poco más
fuerte…..
….cada veinte segundos
se arrojaba de lado unos metros y abría tanto las plumas de la cola que al
golpe del aire despedían ese raro balido de peine envuelto en celofán que se
llama tamborileo. Se podía distinguir el
zumbido de entre ocho y diez notas, la cuarta o quinta las más fuertes. Subían en crescendo y se apagaban cuando la
agachadiza reanudaba los círculos. Era
un sonido pasmosamente fuerte, como el aleteo violento de una serie de flechas
gigantes.”
“El pico percutía con
tal rapidez que era imposible ver cada golpe; la cabeza se borroneaba. Es una acción algo más lenta que la del pico
picapinos. El timbre es más agudo y no
se apaga en la distancia. Con la
práctica uno llega a distinguir cuál es cuál.
El oído aprende más deprisa que el ojo.
Después de ese
tamborileo dio una docena de picotazos, lenta, enfáticamente y con mucho ruido,
echando la cabeza tan atrás que tenía que alargar las patas al máximo. El segundo pájaro se acercó, dio un rodeo y
aterrizó del otro lado del árbol. Por un
minuto ninguno de los dos se movió.
Luego el segundo pájaro se puso a aletear tan agresivamente que desalojó
al otro y lo reemplazó en la consola de sonidos. Cuando el golpeteo del pico menor se
prolonga, tiene cierto parecido –en resonancia y vibración- con el canto del
chotacabras. No cabe duda de que este
sonido es un resultado mecánico del tabaleo del pico en la madera seca, pero
hasta cierto punto puede repercutir contra la siringe del pájaro. Esto explicaría el increíble volumen. El golpeteo más estridente se produce con los
extremos de las mandíbulas bien separadas.”
“En el Bosque Norte
había un alboroto de picos picapinos.
Siete zarparon a la vez de un mismo árbol gruñendo como lechones. Después de separarse se alejaron flotando con
las alas duras y estiradas. Pararon en
árboles de alrededor y tabalearon un momento antes de dispersarse, bufones
gloriosos en el bosque de Arden. Cuando
la textura de la madera es la apropiada, el golpeteo de pico picapinos tiene un
sonido hueco y abundante. El pájaro mira
el árbol un momento, se echa despacio hacia atrás y se dispara. A ese golpe le sigue una andanada veloz. Parece que el pico saltase contra la madera
como una bola que rebota cada vez menos.
La percusión se suaviza y el pico se acerca más y más hasta que al fin
casi se apoya en el árbol y el tamborileo se apaga. Cuando el pico oye otro golpeteo enseguida
responde.”