MURAKAMI, HARUKI: Al sur de la frontera, al oeste del Sol

“En el prado, aquí y allá, se veían manchas blancas de nieve endurecida.  En lo alto del puente había dos cuervos, inmóviles, que miraban hacia abajo, hacia el río, lanzando de vez en cuando agudos graznidos de reprobación.  Su voz resonaba helada en el bosque pelado, cruzaba el río y se clavaba en nuestros oídos.  Un camino estrecho sin asfaltar seguía el curso del río.  No sé hasta dónde continuaba ni adónde conducía, pero parecía sumido en un silencio terrible y daba la impresión de que no lo pisara nunca un alma. Por las cercanías no se veía ninguna casa, sólo campos helados.  En los surcos arados de los campos, la nieve se acumulaba trazando líneas de color blanco.  Había cuervos por todas partes.  Al vernos pasar, lanzaban breves graznidos, como si emitieran alguna señal para otros congéneres.”

“Shimamoto enmudeció.  Permaneció largo tiempo en silencio.  Yo seguí conduciendo sin decir nada.  Creía que ella prefería no hablar.  Opté por dejarla en paz.  Pero, de pronto, me di cuenta de que algo extraño estaba sucediendo.  Shimamoto empezó a hacer un ruido extraño al respirar.  Un ruido, para entendernos, parecido al de una máquina.  Al principio, pensé incluso que le pasaba algo al motor del coche.  Pero el ruido llegaba, sin duda alguna, del asiento de al lado.  No era un sollozo.  Era como si Shimamoto tuviera un agujero en la tráquea, como si el aire fuera escapándose por él al respirar.”

“Un silencio profundo que absorbía todos los ecos sin dejar que afloraran jamás a la superficie.  Aparte de ese silencio, no había nada más.  Era la primera vez que me enfrentaba a la imagen de la muerte.”

“Me dirigí a las profundidades de aquellas tinieblas heladas y la llamé.  Pronuncié muchas veces, en voz alta,  su nombre.  Pero mi voz se perdía en aquella nada infinita y, por más que la llamase, aquello que había en el fondo de sus pupilas no se movía ni un ápice.  Ella seguía lanzando aquel extraño estertor al respirar, aquel ruido que parecía el viento filtrándose por un resquicio.  Su respiración regular me indicaba que aún estaba en este mundo.  Pero lo que había en el fondo de sus pupilas, pertenecía por completo al más allá.”

“Dentro de esa oscuridad, pensé en la lluvia que caía sobre el mar.  La lluvia que caía furtivamente, sin que nadie lo supiera, en un vasto mar.  Las gotas de lluvia golpeaban mudas la superficie del agua, sin que ni siquiera los peces lo percibieran.

Hasta que alguien se acercó y posó suavemente su mano sobre mi espalda, seguí pensando en el mar.”

KAWABATA, YASUNARI: Kioto

“Chieko sabía que en el negocio su padre trataba de ahogar el sonido que producía al morder un rosario… con tanta violencia que las cuentas parecían partirse bajo la presión de sus dientes.

“Sería mejor que mordiera mi dedo”, dijo Chieko para sí, meneando la cabeza.  Luego empezó a recordar la vez que ella y su madre habían tocado juntas la campana del templo de Nembutsuji.  Acababan de construir el campanario.  Su madre era una mujer pequeña, así que por más que se esforzaba, la campana producía un sonido apagado, pero Chieko puso una mano sobre la de su madre y, respirando hondo, ambas tocaron juntas la campana, que resonó con fuerza.

-¡Lo logramos! Me pregunto hasta dónde llegará el sonido- dijo su madre, eufórica.

-No tan lejos como cuando la tañe el sacerdote.  Él tiene experiencia- respondió –Chieko, riéndose.”

“-No quise decir nada tan difícil.  Un tejedor que oye todo el día el traqueteo de su telar no tiene pensamientos elevados.- “

“Acostada en el dormitorio, Chieko todavía podía oír el chirrido de las grandes ruedas de madera de las carrozas doblando en una esquina.”

“Chieko había leído una y otra vez el bello fragmento de La tentación de Kioto de Osagari Jiro: “Los bosquecillos de cedros destinados a convertirse en troncos de Kitayama se yerguen con sus ramas en capas, una sobre otra como estratos de nubes, y las montañas mismas están delicadamente unidas por los troncos de los pinos rojos.  Y de ellos irradia, como música, el canto de la voz de los árboles”.  Esas palabras volvieron a su mente.

La música de las redondeadas montañas, cada una unida a la siguiente, y el canto de los árboles conmovían su corazón, más incluso que las bandas y las otras celebraciones.

Era como si oyera la música y los cantos a través de los arco iris que con frecuencia aparecían sobre Kitayama.

La tristeza de Chieko se esfumó.  Tal vez no había sido tristeza.  Tal vez fuera la sorpresa, la perplejidad, la angustia de haber conocido a Naeko tan de repente.  Pero tal vez llorar sea el destino de una muchacha.

Mientras se acomodaba y cerraba los ojos, Chieko oía la canción de la montaña.”

“Apoyándose en la baranda, en el extremo del puente, cerró los ojos.  Se quedó allí escuchando, no el ruido de la gente o de los trenes, sino el sonido casi imperceptible de la corriente del río.”

TANIZAKI, JUNICHIRO: El elogio de la sombra

“Aún a riesgo de repetirme, añadiré que cierto matiz de penumbra, una absoluta limpieza y un silencio tal que el zumbido de un mosquito pueda lastimar el oído son también indispensables.  Cuando me encuentro en dicho lugar me complace escuchar una lluvia suave y regular.  Eso me sucede, en particular, en aquellas construcciones características de las provincias orientales donde han colocado a ras del suelo unas aberturas estrechas y largas para echar los desperdicios, de manera que  se puede oír,  muy cerca, el apaciguante ruido de las gotas que, al caer del alero o de las hojas de los árboles, salpican el pie de las linternas de piedra y empapan el musgo de las losas antes de que las esponje el suelo.  En verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones  y los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar en ellos innumerables temas. Por lo tanto no parece descabellado pretender  que  es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento.”

“Siempre que oigo el ruido semejante al canto de un insecto lejano, ese silbido ligero que perfora el oído, emitido por el cuenco de sopa que  tengo ante mí, y saboreo por anticipado y en secreto el perfume del brebaje, me encuentro transportado al terreno del éxtasis.  Se dice que los amantes del té, al oír el ruido del agua hirviendo, que a ellos les evoca el viento en los pinos, experimentan un arrebato parecido tal vez al que yo siento.”

TANIZAKI, JUNICHIRO: Cuentos de amor

“La niña lo escuchó y lanzó un gemido fino como un hilo”

“El contacto con el kimono interior, con el cuello, con el koshimaki, esa especie de combinación de crepé que va debajo, con las mangas largas de seda roja haciendo frufrú, comunicaba a mi piel sensaciones desconocidas y voluptuosas, comparables a las que debe experimentar con delicia la epidermis femenina.”

“Cada una de sus palabras, cada una de sus frases despedían un eco tan melancólico que resonaban en mi pecho como la melodía de un país remoto.”

“Apenas giró el tirador, el desconocido entró tambaleándose y el eco de sus pisadas retumbó como si calzara unos zapatos muy pesados”

“Posteriormente, como Gotoba, condenado por haber conspirado contra el sogunato, fue desterrado a la isla de Oki, donde pasó diecinueve años, quizá recordara con frecuencia, al oír el sonido de las olas y el viento de aquella inhóspita isla, el paisaje de Yamazaki y las espléndidas fiestas celebradas en palacio.  Yo soñaba con aquellas celebraciones mientras resonaba en el fondo de mis oídos el sonido de los instrumentos de viento y cuerda, el arrullo del agua de la fuente y la charla amena de los nobles.”

“Después de apurar la última gota, tiré la botella al río.  Entonces advertí que las hojas del cañaveral temblaban.  Miré hacia el lugar de donde procedía el susurro de las cañas al moverse.  Entre las cañas había un hombre agachado, como si fuera mi sombra.”

“Me vi casi obligado a aceptar el recipiente y el hombre me sirvió el sake, que emitía un sonido agradable al ir cayendo en el cuenco.”

“Tal vez por eso me parece saborear mejor la verdadera esencia de los poemas antiguos, esos versos que dicen: “Me ha sorprendido el ruido del viento”, o “El viento otoñal hace temblar la persiana de bambú de mi estancia.  Pero no detesto el otoño a pesar de su melancolía.”

“Cuando pasamos delante del chalet de un vecino acaudalado de la zona, de entre los árboles frondosos nos llegó el sonido de los tres instrumentos tradicionales de cuerda, ya sabe usted, el koto, el shamisen y el kokyu.  Mi padre se acercó a la puerta de entrada y aguzó el oído.  Bordeó el muro alrededor de la casa grande y yo lo seguí.  Al aproximarnos al jardín del fondo, oí más claramente la melodía del koto y del shamisen, junto con un murmullo sutil.  En esa zona había un seto verde en lugar de muro y mi padre atisbó por el intersticio del follaje sin moverse.  Con la cara pegada al seto, yo lo imité y me puse a mirar por el espacio libre que dejaban las hojas.  En el jardín de césped había una colina y un estanque con una fuente.  Vi que en un pabellón que se elevaba sobre una isleta artificial en el estanque, tan alto como el de un edificio de la era Heian y rodeado por una galería, cinco o seis hombres y mujeres celebraban un banquete.  Al lado de la barandilla había una mesa con botellas de sake, velas y ramas decoradas.  Parecía que celebraban una fiesta de plenilunio.  Una mujer tocaba el koto sentada en el lugar de honor; una criada con el pelo recogido al estilo shimada, el shamisen, y un maestro músico, el kokyu.  Los veíamos bien desde que estábamos así como a unas criadas que, también con peinados simada, bailaban agitando abanicos delante de un biombo dorado, aunque no podíamos verle la cara.”

“Parece ser que su motivación principal era silenciar los rumores.”

“Durante un rato se apreció un ruido que se acercaba de lejos y luego se alejaba.  Mientras la mujer decidía si se trataba de un chaparrón, el ruido se acercó de nuevo desde la lejanía, y cuando parecía sonar encima del techo, se alejó sigilosamente y después se desvaneció.  Al cabo de un rato, el ruido empezó a escucharse otra vez.  ¿Dónde estaría Lily en este instante? ¡Ah, si por lo menos estuviera de regreso en la casa de Ashiya!  Extraviada en una noche tan lluviosa se calaría por completo.  Shinako estaba preocupada porque no había avisado todavía a Tsukamoto de la fuga de la gata.”

“Entonces, una vez que el chaparrón aporreó nuevamente el tejado, algo chocó con el cristal de la ventana,  la mujer se puso de mal humor: creyó que el ruido era causado por el viento.  Luego, algo más pesado que el viento impactó contra el cristal dos veces seguidas y se oyó apenas:

  •  Miau.

La mujer no se podía creer que la gata hubiera regresado allí a esas horas de la madrugada.  Sorprendida, aguzó los oídos.  Se oyó de nuevo:

  •  Miau.

Tras este maullido, hubo otro golpeteo en la ventana.  Shinako se levantó corriendo y descorrió la cortina.  Esta vez se oyó claramente más allá de la puerta:

  •  Miau.

Una vez más sonó el golpe en el vidrio, al tiempo que pasó una sombra negra.  Shinako, que podía reconocer los maullidos de Lily, estaba segura de que la sobra era la suya.  La gata nunca había maullado estando en su habitación, pero sin duda era el mismo maullido que la mujer escuchaba a menudo en la época de Ashiya.”

MURAKAMI, HARUKI: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo

“Era medianoche cuando el niño oyó un ruido bien claro. Se despertó, encendió a tientas la lámpara a la cabecera de su cama y lanzó una mirada circular por la habitación.  Faltaba poco para que el reloj de pared marcara las dos.  El niño no podía imaginar siquiera qué podía ocurrir en el mundo a esas horas de la noche.

Se oyó el mismo ruido de nuevo.  Llegaba, sin duda alguna, del otro lado de la ventana.  El sonido de alguien que hacía girar una gran llave, dándole cuerda a algo.  ¿Quién podía ser a esas horas de la noche? Pero no.  El sonido sólo parecía el de alguien dándole cuerda a algo, pero no lo era.  Era el chirrido de un pájaro.  El niño acercó una silla a la ventana, se encaramó a ella, descorrió la cortina y entreabrió la ventana.  La luna llena de finales de otoño brillaba, grande y blanca, en el cielo, el jardín se veía como a la luz del día.  Pero los árboles le dieron una impresión muy distinta al aspecto que tenían a la luz del día.  Carecía de la familiaridad acostumbrada.  El roble, como descontento, hacía temblar sus frondosas ramas al viento, soplaba a ráfagas, y crujía de una forma desagradable.  Las piedras del jardín eran más blancas y lisas de lo habitual y tenían la mirada vuelta hacia el cielo, presumidas, como el rostro de un muerto.”

“El pájaro, tras girar la llave unas cuantas veces seguidas, enmudeció.  “Aparte de mí, ¿habrá oído alguien el chirrido?», pensó el niño.  “¿Lo habrán oído mis padres? ¿Y la abuela? Si no lo había oído nadie, mañana por la mañana podré explicárselo a todos.  Les diré: a las dos de la noche, en un árbol del jardín, había un pájaro que chirriaba exactamente como si estuviera dándole cuerda a algo”. ¡Si pudiera echarle un vistazo! Entonces podría decirles también el nombre del pájaro.”

Pero el pájaro no volvió a chirriar.  Guardaba silencio, como una piedra, en algunas de las ramas del pino, bañadas por la luz de la luna.  Poco después, una ráfaga de viento helado penetró en la habitación como una advertencia.”

“Allí parado, de pie, ya no sabía qué tenía que hacer cuando, a lo lejos, oí un sonido que me resultaba familiar.  Es el camarero y viene silbando.  Un sonido limpio, afinado.  No conozco a nadie que silbe tan prodigiosamente.  Silbaba la obertura de La gazza ladra, de Rossini, igual que la otra vez.  No es una melodía fácil de silbar, pero él lo hacía con mucha soltura.  Avancé hacia el lugar de donde provenía el silbido.  El silbido sonaba cada vez más fuerte, más nítido.  Al parecer, venía hacia mí.  Me escondí detrás de una columna que encontré.

….

Seguí al camarero.  La bandeja se balanceaba alegremente al son del silbido y reflejaba deslumbrante las luces del techo.  Iba repitiendo la misma melodía de La gazza ladra sin cesar, tal vez como un ensalmo.  Me pregunté en cuál sería la historia  de La gazza ladra.  Todo lo que conozco de esa ópera es la melodía de la obertura y su extraño título.  De pequeño, teníamos en casa un disco con la obertura dirigida por Toscanini.”

«Desde una arboleda cercana llegaba el chirrido regular de un pájaro, un ric, ric, como si estuviera dándole cuerda a algún mecanismo.  Nosotros hablábamos de él como del pájaro que da cuerda.  Fue Kumiko quien lo llamó así.  No sé cuál es su auténtico nombre.  Tampoco sé cómo es.  Pero, se llame como se llame, sea como sea, el pájaro que da cuerda viene día a la arboleda que hay cerca de casa y le da cuerda a nuestro apacible y pequeño mundo.

A las cinco y media el teléfono sonó doce veces, pero no cogí el auricular.  Cuando dejaba de sonar, la reverberación del timbre flotaba como el polvo en la penumbra del crepúsculo dentro de la habitación.  El reloj golpeaba diligentemente con las duras puntas de sus dedos una tabla transparente sostenida en el espacio.

El teléfono siguió sonando sin que nadie respondiera.  El timbre removió con su sonido sordo el polvo suspendido en las tinieblas.

A las siete y media de la mañana del domingo, todos los sonidos tenían una resonancia suave y hueca.  Oía cómo andaban las palomas sobre el tejado del apartamento y la voz de alguien que llamaba a su perro en la distancia.

Me despertó el sonido metálico del seguro de un rifle.  Por muy profundamente dormido que esté, un soldado en combate jamás pasa por alto ese sonido.  Un sonido especial.  Frío y pesado  como la muerte.

El soldado que iba justo delante de mi tarareaba en voz baja una melodía monótona.  Aparte de eso, lo único que se oía era el sonido seco de los cascos de los caballos golpeando rítmicamente la arena.

A veces oía el viento.  Cuando barría la superficie, producía un extraño sonido en la boca del pozo.  Parecía el lamento de una mujer en algún mundo remoto.  Aquel mundo remoto y mi mundo estaban unidos por un pequeño agujero a través del cual me llegaba su voz.  Pero incluso este sonido lo oía muy de tarde en tarde.  Yo había sido abandonado, solo, en la más profunda de las oscuridades, en el más profundo de los silencios.

Si no eres fuerte, no sobrevives.  Pero al mismo tiempo debes permanecer en silencio, aguzando el oído, para no perderte el más leve susurro.  Las buenas noticias, en la mayoría de los casos, se dan en voz baja.

Concentré toda mi atención, aguzando el oído para que no se me escapara ni una sola palabra.  No eran voces humanas.  Eran los relinchos entremezclados de varios caballos.  En algún lugar, en la oscuridad, unos caballos encabritados por alguna razón lanzaban relinchos, piafaban y golpeaban con fuerza el suelo con los cascos.  Parecía que con sus relinchos y caracoleos quisieran comunicarme con urgencia algún  mensaje.

El fondo del pozo estaba ahora inmerso en el silencio.  Un silencio tan profundo y poderoso que parecía absorber todo cuanto lo rodeaba. 

Luego, conteniendo la respiración, agucé el oído.  Intenté escuchar una voz tenue que debía de estar allí.  Al otro lado del chapoteo del agua, de la música, de las risas de la gente, mi oído captó un débil y mudo eco.  Una persona llamaba a otra persona.  Una persona buscaba a otra persona.  Una voz que no llegaba a ser voz.  Con palabras que aún no eran palabras.

El viento soplaba con más fuerza que durante la mañana y unas nubes pesadas y grises se dirigían, incansables, directamente hacia el este.  Parecen viajeros silenciosos que se encaminen al fin del mundo.  De vez en cuando, el viento produce un silbido breve, que no llega a formar palabras, entre las ramas de los árboles completamente desnudos del jardín.

Agitó ligeramente el vaso haciendo tintinear el hielo y bebió un sorbo.  En la oscuridad, los ruidos parecían los efectos sonoros de un drama radiofónico.

Cuando terminé de hablar, un silencio profundo cayó para llenar el vacío.

Los sonidos se oían tan fragmentados, alargados, que perdían toda significación.»

KAWABATA, YASUNARI: El sonido de la montaña

“Del jardín llegaba el chirrido de los insectos.  Había cigarras en el tronco del cerezo que estaba a la izquierda.  Le llamaba la atención lo áspero del sonido, pero no podían ser sino las cigarras.”

“Aunque apenas se había iniciado agosto, los insectos de otoño ya estaban allí cantando; hasta se oía el goteo del rocío de una hoja en otra.

Entonces oyó a la montaña.

No era el viento.  Con la luna casi llena y la humedad en el aire bochornoso, la hilera de árboles que dibujaba la silueta de la montaña, estaba borroneada, inmóvil.

En la galería, ni una del helecho se movía.

En los retiros de montaña de Kamakura, algunas noches se podía oír el mar. Shingo se preguntó si habría sido el sonido del mar.  Pero no, había sido la montaña.

Era como un viento lejano, pero con la profundidad de algo que retumbara dentro de la tierra.  Sospechando que podía tratarse de un zumbido en sus oídos, Shingo sacudió la cabeza.

El sonido se interrumpió y, de repente, tuvo miedo.  Un escalofrío, como un anuncio de que la muerte se aproximaba.  Quería interrogarse, con calma y determinación, si había sido el sonido del viento, el rumor de mar o un zumbido dentro de sus oídos.  Pero había sido otra cosa, de eso estaba seguro.  La montaña.

Como si un demonio con su paso la hubiera hecho sonar.”

(del prólogo: el rumor de la montaña es el que anuncia la muerte y son las plantas y los animales los que dicen del ciclo de la vida y de lo que está más allá)

KAWABATA, YASUNARI: Historias en la palma de la mano

“Con el ruido de la lluvia golpeando en la ventanilla, me desperté de mi ensoñación.  Las visiones se borraron.  Me di cuenta de que la lluvia había estado golpeando la ventanilla desde que me había adormecido, pero que se había intensificado con el viento que ahora lanzaba pesadamente las gotas contra el vidrio.  Las gotas de lluvia iban de un extremo al otro de la ventanilla.  Se detenían por un momento y luego recomenzaban su movimiento.  Yo veía como un ritmo cuando un grupo de gotas avanzaba, o algunas mayores caían debajo de otras más pequeñas, o cuando todas juntas se desplazaban dibujando una sola línea a lo largo de la ventanilla.  Yo oía una música.”

“En el hotel de Londres escuchando el piar de los pájaros, y al recordar su pequeña silueta a caballo, Nagako empezó a sentir un tintineo en sus oídos.  Que se convirtió en el sonido de una cascada.  El sonido del torrente se volvió un rugido.  A punto de gritar, Nagako abrió los ojos.”

“¿Qué es? Al pensar esto, la visión se borró. Pero el ritmo de las patas del caballo se repetía en su corazón.  Y si bien el caballo parecía lanzado al galope como si participara de una carrera, había algo festivo en el ritmo de su galope.  Y las patas eran la única parte del caballo que estaba en movimiento.  Los cascos eran muy afilados y puntiagudos.”

 “El agua que corría entre las rocas tenía un sonido dulce y pulido.  Por entre las ramas de cedro se veían las grietas de las montañas que empezaban a ennegrecerse.”

“El sonido de la lluvia se hizo violento repentinamente”

“Un aire helado entró en la habitación.  A medida que el eco del tren se desvanecía a la distancia, empezó a sonar como el viento nocturno”

“La escena nocturna inclemente, como si el sonido de la nieve que se expandía hiciera eco en la profundidad de la tierra.  No había luna.  Las infinitas estrellas relucían con tal vivacidad que parecían a punto de caer, fútiles a pesar de todo su vértigo.  Cuanto más cercanos los haces de estrellas, más profundo el cielo con el distante color de la noche.  Los contornos de las montañas se habían vuelto indefinidos y habían tomado la dimensión de una masa enorme.  Todo estaba en armonía, claro y silencioso.”

HIRAIDE, TAKASHI: El gato que venía del cielo

“Seis meses después de instalarnos, un día de comienzos de la primavera de 1987, abrí de par en par las ventanas y el viento del sur se coló con el ímpetu de una avalancha.  No solo la ventana de encima del fregadero, sino las puertas acristaladas de las habitaciones, el mirador del comedor, las ventanas del baño, todas ellas las abrí una tras otra hasta que el interior de la casa se inundó con el rugido de una tormenta, transformándose en una caverna donde el viento ululaba a su antojo.”