PÉREZ REVERTE, ARTURO: Sabotaje

“Llevándose el metal a los labios, sopló en la boquilla.  A su espalda, sobre la tarima, los músicos recogían los instrumentos.  Sólo el batería de la banda, un benévolo negro americano llamado Sid, golpeaba con suavidad las escobillas sobre el parche de la caja, dando fondo a la trompeta que Falcó tenía en sus manos…

Jugando con los dedos de la mano derecha sobre los pistones de metal bruñido, Falcó tomó aire de nuevo e hizo vibrar un si bemol en la lengüeta.  El llanto metálico broto seco, prolongado, y se convirtió en razonable melodía a medida que modificaba los tonos en la embocadura.”

“Dejó Falcó la copa a un lado y cogió de nuevo la trompeta, llevándosela a los labios.  Después tocó unas notas lentas y tristes.”

“Sonó el pestillo y se abrió la puerta: un hombre en un vestíbulo pequeño y un pasillo a su espalda.  El hombre, de mediana edad, más bien grueso, con pelo escaso y ojos miopes, miró unos segundos a Falcó antes de que la expresión se le trocara en desconcierto y luego en pánico, al bajar la vista hacia la pistola que aquél empuñaba.  Entonces emitió un sonido indeterminado, a medias entre gemido de angustia y grito de alarma, dio media vuelta y echó a correr por el pasillo.  Falcó alzó el brazo, contuvo dos segundos el aliento y le disparó a la espalda cuando casi había llegado al extremo; la Browning brincó en su mano una sola vez, con el ruido que habría hecho una palmada fuerte, y el hombre se desplomó de bruces, dando un golpe sordo en las baldosas.”

PÉREZ REVERTE, ARTURO: Eva

“Siguió un silencio.  Humo de tabaco y el suave sonido del Almirante al chupar su pipa.  Ferriol parecía sopesar en silencio lealtades, insolencias y eficacias, aunque su rostro impasible no desvelaba veredicto alguno.”

“Navia se miraba las puntas de los zapatos.  Casi podía oírse el rumor de sus pensamientos.”

“Un silencio estólido, forjado en temporales, naufragios y rutas inciertas.”

“Caminó medina abajo por la calle de los Cristianos, atento a si el sonido de sus pasos precedía al de alguien que lo siguiera, pero no escuchó nada inquietante”

“Se había vuelto hacia el mar y prestaba atención, contenido el aliento. Entonces Falcó oyó los cañonazos.  Retumbaba un eco distante, monótono y siniestro como si alguien golpease un tambor cuyo parche estuviera hecho de carne humana.  Y mar adentro, en fogonazos que apenas traspasaban la bruma gris, relampagueaban lejanas llamaradas.”

PÉREZ REVERTE, ARTURO: El maestro de esgrima

“Callaron ambos, escuchando el rumor de la fuente, y la suave racha de aire tibio volvió a agitar las ramas de los sauces.  Entonces el maestro de esgrima pensó en Adela de Otero, miró de soslayo a Luis de Ayala y percibió en su propio interior un ingrato murmullo de remordimiento.”

“Sobrevino un silencio absoluto, con apariencias de eternidad.  Y sólo cuando aquel silencio se hizo insoportable, sonó de nuevo la voz de ella:

  • Siempre hay una historia que contar.”

“Sobre el tejado golpeaba el agua con fuerza, y un par de veces tuvo que levantarse para colocar recipientes bajo las goteras que se desplomaban del techo con irritante y líquida monotonía.”

“El sonido de un carruaje que pasaba por la calle le llegó a través de la ventana abierta y atrajo su atención durante algún tiempo.  Contuvo el aliento mientras escuchaba, atento al menor sonido que indicase peligro, y permaneció así hasta que el ruido se alejó calle abajo, apagándose en la distancia.  En otra ocasión le pareció percibir un crujido en la escalera y mantuvo largo rato los ojos clavados en la azulada penumbra del vestíbulo, mientras su mano derecha rozaba la culata del revólver.

Un ratón iba y venía sobre el cielo raso.  Levantó los ojos hacia el techo, escuchando el suave roce con que el pequeño animal se movía entre las vigas.

Algo había sonado en la escalera, como un roce contenido.

Sonó un crujido metálico.  Alguien movía el picaporte.  Se escuchó un leve chirrido cuando la puerta giró sobre los goznes.  El maestro dejó salir suavemente el aire de los pulmones, volvió a respirar hondo y contuvo otra vez el aliento.  Su índice se apoyó con mayor presión sobre el gatillo.  Dejaría que la primera silueta se enmarcase en la mitad del recibidor, y entonces le pegaría un tiro.

  • ¿Don Jaime?

La voz había sonado en un susurro, interrogante.

La voz del maestro de esgrima sonó con un siseo apagado.

La voz sonaba neutra, distante.

Un opresivo silencio se instaló entre ambos.

Después, paralizado por el horror, vio cómo ella echaba hacia atrás la cabeza y soltaba una carcajada siniestra, resonó como un fúnebre tañido.

  • Pobre maestro…-las palabras salieron lentamente de la boca de la mujer, desprovistas de entonación, como si se estuviesen refiriendo a una tercera persona cuya suerte le era indiferente.  No había en ellas odio ni desprecio; tan sólo una fría, sincera conmiseración -.  Ingenuo y crédulo hasta el final, ¿no es cierto?… ¡Pobre y viejo amigo mío!

Dejó escapar otra carcajada y observó a don Jaime con curiosidad.  Parecía interesada en ver con detalle la alterada expresión que el espanto fijaba en el rostro del maestro de esgrima.

  • De todos los personajes de este drama, señor Astarloa, usted ha sido el más crédulo; el más entrañable y digno de lástima –las palabras parecían gotear lentamente en el silencio-.

Se le había ido acercando sin dejar de hablar, como una sirena que embrujase con su voz a los navegantes mientras el barco se precipitaba hacia un arrecife.”

“De la calle ascendía un rumor lejano, semejante a los embates de una tormenta en el mar cuando la espuma rompe con furia contra las rocas.  A través de los postigos se escuchaba, apagado, el clamor de voces que festejaban alborozadas el nuevo día que les aportaba la libertad.”

PÉREZ REVERTE, ARTURO: El club Dumas

“De codos sobre los garabatos húmedos, junto a las palancas de la cerveza a presión, Makarova emitió un gruñido escéptico.”

“Tenía la voz grave, un poco ronca.  El eco de una mala noche.”

“Con la mirada fija en las paredes cubiertas de libros, Liana Taillefer guardó silencio.  Un silencio incómodo, se dijo Corso; tal vez algo forzado, con el aire absorto como recurso.”

Se reía a solas cuando descolgó el teléfono, marcando el número de La Ponte.  El ruido del disco al girar sonaba en el silencio del cuarto.  Había libros en las paredes, tejados húmedos de lluvia al otro lado del mirador oscuro.”

“La voz soñolienta de La Ponte sonó en el teléfono.”

“Tras un silencio desconcertado, La Ponte respondió que se alegraba mucho.”

“El taconeo de la secretaria redoblaba en el suelo de madera barnizada.  Lucas Corso la siguió por el largo pasillo –paredes color crema suave, luces indirectas, música ambiental- hasta llegar a una pesada puerta de roble.  Obedeció la indicación de aguardar un instante y después, cuando la secretaria se hizo a un lado dedicándole una sonrisa breve e impersonal, entró en el despacho.”

“En el rincón de su cerebro donde residía el instinto de cazador, algo empezó a latir fuera de lugar.  Tic, tac.  El sonido casi imperceptible de una máquina desajustada.”

“-Corso sostuve de nuevo el libro, sujetó el corte de sus páginas con el pulgar y las hizo correr aguzando el oído, atento al sonido que producían-.  Hasta el papel suena como debe.”

“Un ángel –xilografiado por Durero- batió con suavidad sus alas tras el cristal de un marco, en la pared, mientras los zapatos de Corso giraban despacio sobre el mármol negro del suelo.”

“Subió al cadalso sin aceptar reconciliarse con Dios y guardaba silencio obstinado.  Cuando prendieron fuego el humo empezó a sofocarlo.  Desorbitó los ojos con grito terrible, encomendándose al Padre.  Muchos presentes santiguábanse porque pedía clemencia a Dios en la muerte.  Otros dicen que gritó al suelo, o sea a las entrañas de la tierra…”

“Un reloj dio tres campanadas y las palomas levantaron el vuelo desde la torre y los tejados…… La ginebra le daba una grata sensación de distanciamiento, acolchaba sonidos e imágenes del exterior.”

“El lugar se veía desierto, y sus pasos resonaban bajo la bóveda.  Una vez creyó escuchar algo a su espalda.  Algún cura llegaba tarde al confesionario.”

“Tras un silencio cortés, Corso decidió devolverme el control de la situación.”

“El silencio era casi absoluto, roto únicamente por el crujir de sus zapatos sobre la gravilla de la cuneta, o el goteo de los canalillos de agua ladera abajo, entre la jara y la hiedra, invisibles en la oscuridad.”

“Apenas llegó al hotel hizo varias llamadas telefónicas.  La primera fue al número de Lisboa que tenía en la agenda; y tuvo suerte, porque Amílcar Pinto estaba en casa: lo averiguó tras conversar con su malhumorada mujer, con sonido de fondo de un televisor a todo volumen, llanto agudo de críos y violenta discusión entre voces adultas que llegaban a través del auricular de baquelita negra.”

“Corso blasfemó en voz baja y a conciencia, igual que si estuviese murmurando una oración.  Después miró a su alrededor los libros en las paredes, sus lomos oscuros y usados, y le pareció que un extraño, lejano rumor, llegaba hasta él desde el interior de éstos.  Cada uno de aquellos volúmenes cerrados era una puerta tras la que se agitaban sombras, voces, sonidos, abriéndose paso hasta él desde un lugar profundo y oscuro.  Entonces se le erizó la piel.  Como a un vulgar aficionado.”

“Gracias a eso no sintió demasiado dolor al rodar por la escalera golpeándose con las aristas de piedra, y llegó abajo contuso aunque consciente; quizás un poco sorprendido de no escuchar el splash –onomatopeya conradiana, fue la absurda asociación- de su cuerpo en las aguas del río.”

“Corso escuchó un lejano grito de dolor –que sospechó procedía de su propia garganta- cuando el otro le asestó una limpia y precisa patada en los riñones.”

“Se escuchó un ruido espeso –paf, o tal vez tump– y Rochefort desapareció del campo de visión de Corso igual que si lo hubieran sacado de allí con un resorte.”

“La luz que venía del puente le iluminaba la cicatriz, y Corso tuvo tiempo de ver su gesto de estupor antes de que la chica emitiese de nuevo aquel grito seco, cortante como un cuchillo…”

“La Ponte escuchaba con mucha atención; casi podía oírse el ruido de su cerebro cavilando.”

“A través de la ventana cerrada, entre el viento y la lluvia, llegó el sonido del reloj de un campanario.  Casi al mismo tiempo, once campanadas gemelas se escucharon en el interior de un edificio, pasillo y escaleras abajo.”

“Estaba pendiente de la puerta.  Con la última campanada se había escuchado un ruido en ella, y por los ojos de la mujer cruzó un reflejo de triunfo.”

“Desde su posición estuvo oyendo el ruido lejano de la llamada a través de la línea hasta que un clic lo interrumpió.”

“-Su Eminencia aguarda, caballero- dijo.  Y soltó una carcajada perfecta, breve y seca, de esbirro cualificado.”

“Salieron a la calle, en la tormenta.  Rochefort había puesto la carpeta con el manuscrito Dumas bajo el impermeable para protegerla de la lluvia, y guiaba a Corso por las callejeulas que conducían a la parte vieja del pueblo.  Ráfagas de agua agitaban las ramas de los árboles, repiqueteando ruidosamente en los charcos y sobre los adoquines; gruesas gotas le caían a Corso por el pelo y la cara.  Se levantó el cuello del gabán.  El pueblo estaba a oscuras y no se veía un alma; sólo el resplandor de la tempestad iluminaba las calles a intervalos, recortando tejados de edificios medievales, el perfil sombrío de Rochefort bajo el ala goteante del sombrero, las siluetas de los dos hombres en el suelo mojado, quebradas en violentos zigzags con las descargas eléctricas que sonaban igual que truenos del diablo al golpear, semejantes a latigazos, la agitada corriente del Loira.

-Hermosa noche- dijo Rochefort, vuelto hacia Corso para hacerse oír sobre el estruendo.”

“Rochefort empuñaba una pequeña linterna, alumbrando las escalera larga y estrecha que se perdía en dirección al sótano.

-Vaya delante- dijo.

Los pasos resonaban en las revueltas del pasadizo.”

“La linterna, milagrosamente intacta, iluminó varios momentos de la escena al caer rodando por la escalera: Rochefort con los ojos desencajados y una expresión de sorpresa en la cara, Rochefort piernas por alto intentando asirse desesperadamente al vacío, Rochefort a punto de desaparecer tras la revuelta de la escalera de caracol, el sombrero de Rochefort rodando de peldaño en peldaño hasta detenerse en uno de ellos… Y algo después, seis o siete metros más abajo, un ruido sordo, algo así como un clunc.  O tal vez plaf.”

“…en una mano la linterna y en la otra la navaja de Rochefort, que se abrió en su palma con amenazador chasquido automático.”

“Cuando empujó la verja, el silencio se mantenía perfecto.  Ni siquiera las suelas de sus zapatos levantaron el menor eco al caminar sobre la piedra que enlosaba el patio, gastada por pasos muertos y lluvia de siglos.  La escalera arrancaba de allí, estrecha y empinada, bajo una bóveda de medio punto a cuyo término se veía la puerta, pesada y con gruesos clavos, oscura y cerrada: la última puerta.”

“Respiró un par de veces y se entretuvo en contar diez latidos de su corazón antes de apretar los dientes, después los puños, y golpear de nuevo.  Un reguero de sangre brotó ahora de la boca desencajada del librero.  Seguía murmurando su plegaria, impresa en los labios tumefactos una sonrisa alucinada, absurda, de extraño gozo.  Corso lo agarró por el cuello de la camisa para arrastrarlo, brutal, fuera del círculo antes de golpear otra vez.  Sólo entonces Varo Borja exhaló un gemido animal, de angustia y dolor, y, pateando, zafándose con inesperada energía, se arrastró a gatas hasta el círculo.”

“Y en ese momento, al extremo de la escalera que dejaba atrás, al otro lado de la última puerta del reino de las sombras, allí donde jamás llegaría la luz de ese amanecer en calma, sonó un grito.  Un alarido desgarrado, inhumano, de horror y desesperación, en el que apenas pudo reconocer la voz de Varo Borja”