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“Ya todo estaba hecho, ya todo estaba dicho, sólo quedaba por vivir el tictac inaudible de los instantes finales, el batir de las alas de la mariposa. A veces la proximidad con la muerte te llena de una extraña, casi visionaria serenidad.”
“Ya todo estaba hecho, ya todo estaba dicho, sólo quedaba por vivir el tictac inaudible de los instantes finales, el batir de las alas de la mariposa. A veces la proximidad con la muerte te llena de una extraña, casi visionaria serenidad.”
“… y siguió la estrecha ruta de asfalto hacia la parte alta de la propiedad, de donde le llegaban voces y el murmullo arrítmico de picos y palas empeñados en interrogar a la tierra.”
“- La música es el grado más alto de toda experiencia sensible – dijo -. Usted ha debido de vivir con excesiva sensibilidad, maestro. Me refiero a que ha vivido durante cuarenta años en concubinato con la música…. Es algo que ni los dioses soportarían.”
“La “juventud” seguía en la habitación contigua jugando a las cartas o bailando al son de la música suramericana, una música de bandoneón indecente y sensual. Él estaba sentado al otro lado, escuchando esa música de acordes estridentes, indecorosa e impúdica, provocativa y desagradable. ¡Ésta es la clase de gente que se divorcia, la que deja que este tipo de música despierte sus deseos! Sonrió avergonzado por una generalización tan arbitraria, tan barata.”
“En el coche resonaba aquel gruñido de hace veinticinco años, el insufrible sonido de su dependencia y su servil empleo, el sonido de la complacencia y su adaptabilidad, de su ridiculez y su miseria.”
«La lluvia salpicaba las hojas.
Con la lluvia en las hojas llegó el sonido de la lluvia sobre un paraguas. La mucama gritó a través de la puerta cerrada. Kikuji dedujo que alguien llamado Ota había llegado.»
Robert se había ido y yo seguía sentado a una mesa en la terraza del Napolitain, contemplando la caída de la noche, la aparición de los anuncios luminosos, las señales rojas y verdes del tránsito, la multitud que pasaba, los coches de caballos que marchaban con su clop-clop por el borde de las compactas filas de taxis, y las poules que, solas o en pareja, iban en busca de su comida vespertina.
“Seguimos comiendo. Se oyó un tosido, un ruido como el de una locomotora al ponerse en marcha y luego una explosión que volvió a sacudir el suelo.”
“Entre los demás ruidos oí un tosido, luego el chu-chu-chu y a continuación se produjo un destello como cuando se abre la puerta de un horno y un estruendo que empezó siendo blanco y acabó siendo rojo entre un viento arrollador. Intenté respirar, pero no pude tomar aliento y noté cómo salía, salía y salía de mi cuerpo arrastrado por aquel viento. Salí de mi cuerpo y supe que estaba muerto y que había sido un error pensar que uno moría sin más. Luego floté y en lugar de dejarme llevar giré sobre un costado. Respiré y regresé.”
“Estaba debajo de la lona al lado de unos cañones. Despedían un limpio olor a grasa y aceite. Seguí tumbado y escuché el ruido de la lluvia sobre la lona y el traqueteo del tren sobre los raíles. Se colaba un poco de luz y miré los cañones, llevaban la funda de lona puesta.”
Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh, guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.
“En frascos de vidrio estaban las palabras, y cada una tenía un color, un olor, un sabor, y cada una sonaba y quería ser tocada”