VENTURINI, AURORA: Los rieles

Recuerdo que en África, en El Cairo, en el Museo, descansan los faraones.

Fuera del edificio ronroneaban sones de caravana; dentro, el sonoro silencio de la candorosa antigüedad.

Había mucho más, pero creo que lo he olvidado como he olvidado el latir de los crótalos, instrumentos típicos de las odaliscas elásticas.”

“En el sitio acontecían susurrantes episodios de ceremonias secretas entre grupos grises de asilados.

Sinfonía en gris mayor cumplían los temibles horarios estructurados de acuerdo a las necesidades ambientales, y con gritos, maldiciones, llamados nunca escuchados ni socorridos y llantinas histéricas, salpicadas de mofas y risotadas, los arrumbados al sitio pasábamos horas, días, semanas y meses; algunos llegaban al año y más aún…”

“El baldío se platinó una noche de fines de primavera, cuando los chirridos, murmullos y demás ecos del campo, junto a los ladridos de los perros, encantan y desorbitan, y una se siente en un bosque mágico, escrito por Shakespeare.

Solía troncharse ese jardín de las delicias por el disparo de un arma en la alta noche.  Los gendarmes hacían su agosto en Navidad, y los niños iban a una fecha nefasta del día del inocente.

Una vez oí pasos de alguien que luego de trepar la verja de hierro corría desesperado sobre el césped.  Saltó la tapia del fondo.  No me moví.  Odín jadeaba.

La noche en que nos quedamos duros, sin poder movernos; en que reinó silencio espantoso sin grillos ni nada, vi aquello.”

“Desde su retiro oye todos los ruidos ciudadanos y concluye: “El más terrible es el silencio”.

“Cuando el chambelán falleció, los objetos de las habitaciones entrechocaban y se añicaban; los caireles de las arañas se quebraban.  Tal barahúnda que hubiese desaforado al señor, obligaba a los servidores a esconder bajo los cortinados y las alfombras aquellos objetos desquiciados.

Los objetos, a fin de cumplir con su pequeña muerte, ya no se aferraban y añicados irían a parar arrojados detrás de las rejas doradas del guardafuego de la chimenea; alguno caía sobre el parquet con un “diáfano sonido”.

DARÍO VOLONTÉ: La guerra se jugó por una causa noble. Diario La Nación

Impresionante descripción sonora de lo que fue el hundimiento del CRUCERO ARA GENERAL BELGRANO (el 2 de mayo de 1982), durante la guerra de Malvinas.

https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/el-heroe-de-malvinas-que-descubrio-el-don-de-una-voz-fabulosa-en-el-coro-de-la-iglesia-y-hoy-es-un-nid04052024/#/

“…Se convirtió en uno de los tenores líricos más emocionantes del nuevo milenio…»

«Uno de los hitos que marcaron esa trayectoria fue su debut en el Teatro Colón cantando el intermedio épico de Aurora (erigido en himno al pabellón nacional) de la ópera de Héctor Panizza, con una interpretación antológica que en 1999 lo elevó a una categoría única: la del veterano de Malvinas que le cantaba a la bandera y estremecía, con la presencia y la belleza de sus vibrantes agudos, las fibras más profundas del público argentino, dándole voz al despertar de una conciencia patriótica.”

“A la orden de Thatcher –“¡Disparen a hundir!”–, el submarino nuclear Conqueror lanzó tres torpedos. Dos impactaron en el Belgrano. El primero en el centro del buque, en el área de máquinas y generadores que lo dejó a oscuras y provocó el mayor número de víctimas: 274 marineros muertos en esa explosión. Y dos minutos después, el segundo disparo que le arrancó 12 metros a la proa ocasionando la inclinación del coloso de 188 metros y su hundimiento en menos de una hora. A los 20 minutos del ataque, el capitán de navío Héctor Bonzo dio la orden de abandonar la nave que inexorablemente se iba a pique en un movimiento vertical. A las 5 de la tarde de ese domingo 2 de mayo, se sumergía en el lecho de las heladas aguas del Atlántico Sur, en una tumba de guerra a 4200 metros de profundidad, ese eterno guardián de acero del mar argentino llamado Crucero General Belgrano.”

“Nos enseñaban prevenciones, cumplíamos los entrenamientos y simulacros al pie de la letra. Cuando sonaba la bocina de combate, rápidamente se armaba una estructura para defender el buque y atacar al enemigo, ubicar la posición, cubrir a los compañeros y quedarse en el puesto por cualquier cosa pase.”

“Si el simulacro era de abandono, con o sin luz, como desgraciadamente nos tocó, nos llegaba la orden del comando y teníamos que ir a formarnos delante de las balsas asignadas. Te pegabas algún palo en el camino, pero aprendías. En el momento de la explosión, era ayudar en todo: rescatar heridos y desmayados, arrastrarlos a cubierta, acomodarlos para las balsas. Cuando te pegan abajo, el agua entra muy rápido y te va inundando a una velocidad de locos. Y a esa velocidad con que viene subiendo el mar, no solo hay que sacar heridos, también cerrar compuertas asegurándose de que no queden compañeros del otro lado porque se van con el barco. Los buques de guerra, preparados para recibir impactos, tienen compartimentos que permiten aislar los daños y mantener la estanqueidad para ganar tiempo, responder el ataque, retrasar el hundimiento, contraatacar si se puede y rescatar la mayor cantidad de gente posible. Ahí el agua te va apurando mezclada con el petróleo, el gasoil y el fueloil naval, que es como un diésel negro que se recalienta en las calderas para hacerse fluido y entrar en los quemadores.” 

“¿Cómo se sintió el impacto en tu posición? –Recién tomaba la guardia. Mi compañero me había pasado el cuadro de novedades (en la jerga militar) hacía 10 minutos cuando se escucharon las explosiones. Las sentí como si estuviera en un ascensor y de pronto cayera un metro y con el segundo torpedo, otro metro más. Todo se frenó de golpe. Se produjo un silencio mortal y ahí vino la segunda explosión. Fue como si me sacaran el piso violentamente, dos veces en seco. En la panza del buque no tenía noción de que venía de un submarino. Esperaba los bombazos desde arriba. Al comienzo pensé que era aéreo porque al golpear una sección no acorazada, se quebró la columna del buque y se hizo ese movimiento brusco justo donde estábamos nosotros, debajo de las máquinas, donde van las turbinas. Allí fallecieron todos mis compañeros, hermanos de la guerra y de la vida. Murieron inmediatamente porque donde pegó, explotó y empezó a entrar el agua. Ahí estaban los generadores de electricidad. Se produjo un gran incendio. Nos quedamos a oscuras y en la Marina sabemos que cuando hay blackout a bordo, la parte electrónica es insalvable y la historia no tiene retorno. Pero gracias a los simulacros y entrenamientos con los ojos cerrados, pude salir. ¡¿Están todos bien, están todos bien?! Gritábamos a medida que subíamos a cubierta socorriendo gente, sobre todo a los quemados graves. Fue algo tan intenso y tan dramático, las imágenes fueron tantas y tan fuertes, desde el bombardeo hasta salir a la superficie fue una tragedia impresionante, una cantidad de escenas y de sufrimiento, de un dolor y dramatismo como casi ninguna persona puede llegar a experimentar a lo largo de toda una vida.”

“La orden del comandante fue abandonar la nave y eso hicimos porque dependemos de una estructura militar que es vertical: cada uno en su puesto dando todo de sí… Nos dirigimos a las balsas asignadas. Ahí tomamos cuenta de la gente que faltaba. Normalmente debían ir 15 tripulantes. Los que faltaban se habían ido con el barco. Otros compañeros perdieron sus balsas por la escora entonces buscaban lugares libres. Empezaba a oscurecer, estaba nublado y se desató esa famosa tormenta. La sensación térmica marcaba 15º a 20º bajo cero. Las olas trepaban hasta 20 metros y, de hecho, esas condiciones climáticas adversas y la falta de visibilidad, demoraron el rescate. No era fácil arrojarse a las balsas desde esa altura y acertarle porque con la furia del viento y el mar encrespado, a pesar de que los cabos estabilizaban un poco, la maniobra era difícil porque se ondulaban y se sacudían mucho. Algunos bajaron ayudados con sogas, otros cayeron al agua y lamentablemente sufrieron hipotermia.”

“–¿Qué sucedía en la balsa? ¿Cómo fue atravesar esas horas a la deriva? –Un gran silencio. Arriba de la balsa viví la experiencia más zen de mi vida. Es el presente absoluto, ahí las palabras son una ilusión. Cuando uno pelea por la supervivencia y por existir, al instante siguiente no hay nada más que eso. Se ponen en alerta la conciencia y los sentidos, pero el pensamiento se cancela. Fueron 30 horas del samba más violento del mundo, que era a la vez un freezer donde te tiraban agua helada todo el tiempo. Los golpes, la presión del mar sobre el techo y las paredes, un mareo terrible y un dolor como agujas en el cuerpo que se iba congelando. Ahí éramos todos iguales. Creo que fuimos 23. En un punto, la balsa empezó a desinflarse. Había que encontrar el inflador y el pico en la oscuridad. ¡Lo encontramos! Pasamos la noche turnándonos para calentarnos con el movimiento porque sabíamos por los cursos que, con la deshidratación por el frío extremo, si uno se duerme, tal vez no se despierta más. Había que permanecer despiertos porque en eso nos iba la vida. Hacíamos silencio, pero escuchábamos el mar, y en un momento, cuando la balsa que iba atada a la nuestra empezó a desinflarse, escuchamos los gritos de los muchachos que se fueron al agua y no pudieron salvarse… Nadie hablaba. Nosotros evitamos que se diera vuelta, pero la tormenta nos mató a palos toda la noche y en lo que dura ese tiempo interminable cuando la balsa se sumerge y estamos aguantando con los brazos todo el peso del océano sobre el techo, el agua que nos aplasta y nos hunde cada vez más sin saber si salimos a flote…”

“–Hablás del Crucero como uno de los grandes caídos… –La manera en que se hundió fue de una nobleza emocionante. Se murió heroica y honorablemente sin tragarse a nadie. El agua le fue entrando y a medida que el peso lo vencía, giró como un tirabuzón de forma tal que no dio una vuelta de campana con la que nos hubiese arrastrado a todos. Era un compañero más y gracias a ese modo suyo de irse a pique, pudimos salvar a tantos. Solo se llevó las almas de quienes fueron muertos por el enemigo. Cuando el agua entró en las calderas, sentí cómo la incandescencia del metal produjo un ruido a tripas, un crujido fuerte y visceral, lleno de unas explosiones internas que se iban apagando a medida que se lo tragaba el mar. Se fue en su último viaje con ese dolor profundo en las entrañas, armado con sus notas y su propia melodía. Por eso, el Crucero es nuestro honor y gloria, uno de los grandes veteranos de esta guerra.”

“Nos localizaron los aviones de la Armada y varias horas más tarde vimos las primeras luces del busque de rescate: el aviso Gurruchaga. Fue como si me pasaran 30 años por encima, uno por cada hora de naufragio. Nos tiraron las redes para treparnos desde las balsas que arrimábamos con unos cabos en una maniobra compleja. Arriba nos dieron ropa seca y comida caliente…”

“ …¡Arriba, arriba! nos alentaban desde el buque. ¡A cambiarse la ropa que hace frío! Era una especie de continuidad de nuestra profesión, una ceremonia que se extiende a lo largo de lo que dura la guerra. ¡Bienvenidos a bordo, muchachos! nos decían con unas palmadas a medida que íbamos entrando y, de tanto en tanto, ese silencio fatal que se rompía con el grito de alguno a la voz de ¡Viva la patria! ¡Viva!”

AIRA, CÉSAR: El jardinero, el escultor y el fugitivo

“Sin más, entré.  La acción siempre gratificaba, en la novela tanto como en la vida real (o más).  El candado habría sido un impedimento pero no bastó para frenar mi impulso.  La puerta de chapa gimió con la ronca carraspera del óxido, la madera podrida del escalón de acceso crujió.”

“…supe que ya estaba lejos de la casa cuando dejé de oír el ruido que hacía Benita, nuestra fiel ama de llaves, lavando la vajilla del desayuno.  Se hizo el silencio, que no era silencio.  Zumbidos, aleteos, trinos, roces de hojas, y el toc-toc permanente de lo que caía.”

MURAKAMI, HARUKI: Al sur de la frontera, al oeste del Sol

“En el prado, aquí y allá, se veían manchas blancas de nieve endurecida.  En lo alto del puente había dos cuervos, inmóviles, que miraban hacia abajo, hacia el río, lanzando de vez en cuando agudos graznidos de reprobación.  Su voz resonaba helada en el bosque pelado, cruzaba el río y se clavaba en nuestros oídos.  Un camino estrecho sin asfaltar seguía el curso del río.  No sé hasta dónde continuaba ni adónde conducía, pero parecía sumido en un silencio terrible y daba la impresión de que no lo pisara nunca un alma. Por las cercanías no se veía ninguna casa, sólo campos helados.  En los surcos arados de los campos, la nieve se acumulaba trazando líneas de color blanco.  Había cuervos por todas partes.  Al vernos pasar, lanzaban breves graznidos, como si emitieran alguna señal para otros congéneres.”

“Shimamoto enmudeció.  Permaneció largo tiempo en silencio.  Yo seguí conduciendo sin decir nada.  Creía que ella prefería no hablar.  Opté por dejarla en paz.  Pero, de pronto, me di cuenta de que algo extraño estaba sucediendo.  Shimamoto empezó a hacer un ruido extraño al respirar.  Un ruido, para entendernos, parecido al de una máquina.  Al principio, pensé incluso que le pasaba algo al motor del coche.  Pero el ruido llegaba, sin duda alguna, del asiento de al lado.  No era un sollozo.  Era como si Shimamoto tuviera un agujero en la tráquea, como si el aire fuera escapándose por él al respirar.”

“Un silencio profundo que absorbía todos los ecos sin dejar que afloraran jamás a la superficie.  Aparte de ese silencio, no había nada más.  Era la primera vez que me enfrentaba a la imagen de la muerte.”

“Me dirigí a las profundidades de aquellas tinieblas heladas y la llamé.  Pronuncié muchas veces, en voz alta,  su nombre.  Pero mi voz se perdía en aquella nada infinita y, por más que la llamase, aquello que había en el fondo de sus pupilas no se movía ni un ápice.  Ella seguía lanzando aquel extraño estertor al respirar, aquel ruido que parecía el viento filtrándose por un resquicio.  Su respiración regular me indicaba que aún estaba en este mundo.  Pero lo que había en el fondo de sus pupilas, pertenecía por completo al más allá.”

“Dentro de esa oscuridad, pensé en la lluvia que caía sobre el mar.  La lluvia que caía furtivamente, sin que nadie lo supiera, en un vasto mar.  Las gotas de lluvia golpeaban mudas la superficie del agua, sin que ni siquiera los peces lo percibieran.

Hasta que alguien se acercó y posó suavemente su mano sobre mi espalda, seguí pensando en el mar.”

GALEANO, EDUARDO: Los sueños de Helena

Viaje al país de los sueños

“Todos marchaban hacia el país de los sueños, y hacían mucho lío y metían mucho ruido ensayando los sueños que iban a soñar, así que Pepa refunfuñaba y gruñía, porque no la dejaban concentrarse como es debido.”

Nombres

“A la casa de los nombres acudían, queriendo llamarse, las personas y los bichos y las cosas.

Los nombres tintineaban, ofreciéndose: prometían buenos sones y ecos largos.  La casa estaba siempre llena de personas y bichos y cosas probándose nombres.  Helena soñó con la casa de los nombres y allí descubrió a la perrita Pepa Lumpen, que andaba en busca de un nombre más presentable.”

GIRONDO, OLIVERIO: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía

Nocturno

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
¡Silencio! —grillo afónico que nos mete en el oído—. ¡Cantar de las canillas mal cerradas! —único grillo que le conviene a la ciudad—.

DUEÑAS, MARIA: Sira

“Probablemente los animadores de La Régence continuaban con su despliegue de temas ligeros, probablemente desde todos los rincones fluían las conversaciones, alguna carcajada, el entrechocar de platos.  En mi mente, sin embargo, no quedó registrado ningún fondo sonoro.  Tan sólo la voz de Marcus. Y, alrededor, un abismal silencio.”

“Se nos unió la matutera con mi diestra asistente; la estancia se llenó de ruidos de pedales, chasqueo de tijeras, telas que crujían y un vocabulario que llevaba mucho tiempo sin oír y me reconcilió con otros tiempos.  Voló la tarde, tan concentrada, tan ensimismada estaba en mi quehacer que ni me di cuenta.”

CASTILLO, ABELARDO: Cuentos completos

Also sprach el señor Núñez

“-Buen día, miserables.

Veinte empleados. Tres jefes de sección y un gerente sintieron recorrido el espinazo por una descarga eléctrica que los unía en misterioso circuito.  En el silencio sepulcral de la oficina, las palabras de Núñez resonaron fantásticas, lapidarias, apocalípticas, increíbles.  Nadie habló ni se movió.”

Mis vecinos golpean

Mis amigos, los buenos amigos que ríen conmigo y que acaso me aman, no saben por qué, a veces, me sobresalto sin motivo aparente e interrumpo de pronto una frase ingeniosa o la narración de una historia y giro los ojos hacia los rincones, como quien escucha.  Ellos ignoran que se trata de los ruidos, ciertos ruidos (como de alguien que golpea, como de alguien que llama con golpes sordos), cuyo origen está al otro lado de las paredes de mi cuarto.

A veces, el sonido cesa de inmediato, y entonces no es más que un alerta, o una súplica velada quizá, que puede confundirse con cualquiera de los sonidos que se oyen en las casas muy antiguas.  Yo suspiro aliviado y, después de un momento, reanudo la conversación, puedo bromear o hablar con inteligencia, hasta con calma, esa especie de calma que son capaces de aparentar las personas excesivamente nerviosas, aunque sepan que ahí, del otro lado, están los que en cualquier momento pueden volver a llamar.  Pero otras veces los golpes se repiten con insistencia, y me veo obligado a levantar el tono de voz, o a reír con fuerza, o a gritar como un loco.”

“Cuando Gaido doble la esquina, verá, inequívoca, una ventana con luz: eso significa que el otro está ahí, dentro de la casa, esperando oír el ruido de la cancel –un rechinar apenas perceptible-, esperando oír luego los pasos de Gaido por el corredor, mientras él escribe un cuento de espaldas a la puerta y cree escuchar ya (escucha ya) un sordo taconeo que da vuelta la esquina, mientras yo acabo la historia de Martín Gaido, oigo el rechinar apenas perceptible de la cancel, sus pasos por el corredor, las últimas matracas desganadas y los pitos lejanos del corso de Boedo y siento una ráfaga de aire en la nuca porque alguien está abriendo la puerta a mi espalda, alguien que me nombra, que ya pronuncia mi nombre aborrecido y, con rencorosa lentitud, saca la mano del bolsillo y me insulta en voz muy baja.”

Macabeo

“Un momento antes –si hubiera estado despierto- habría podido escuchar el ruido de la cancel en el piso bajo, el ruido de la mesita del hall que alguien empujó en la oscuridad, y luego el ruido de unos pasos, tropezantes, ahogados en la alfombra de la escalera.  Porque ahora eran pasos.  Pero hace unos minutos, cuando venían por la calle ensombrecida del pueblo, habían sido carrera; una carrera desesperada, febril, que comenzó en la carpa Scholem Aleijem del campamento y terminaba ahora, convertida en pasos que subían hacia el cuarto del señor Benjamín y allí se detuvieron, indecisos, ante la puerta.  Un segundo después –el tiempo que duró la indecisión o el tiempo que se necesita para tomar impulso- la puerta se había abierto, y fue como un disparo retumbando por toda la casa, porque al abrirse se estrelló contra la pared y, dando un bote, estuvo a punto de cerrarse de nuevo.  Sólo entonces se despertó.”

“-Papá…!

Y desde el comedor llegó después la voz del señor Benjamín, una especie de sonido desganado, tan lerdo, que se cruzó en el aire con la pregunta inmediata de Sammy.  Y entonces, sí.  Hubo un silencio inquieto; el inquieto silencio de dos hombres que, en el comedor, se estaban mirando tensos, con mirada de judío alerta, porque un chico en la sala acababa de preguntar:

-¿Qué quiere decir “ser judío”?

La cuarta pared

“El teléfono ya no suena.  La mujer, sin que nada haya hecho esperar ese gesto, se ha llevado de pronto las manos a la cara y emite un sonido extraño y monocorde: una especie de suave quejido animal, a mitad de camino entre la risa y el llanto.  Cuando baja las manos, sin embargo, su cara no ha cambiado en absoluto de expresión.  El teléfono vuelve a llamar.  Ella atiende.  No ha dicho “hola”; con voz inexpresiva ha pronunciado de inmediato unas pocas palabras, que no alcanzaron a oírse.  De pronto, se calla.  Ha erguido la espalda, como si una mano helada la hubiera tocado por sorpresa.”

Triste le ville

“El silencio tenía color, era como ceniza.”

“Yo amaba apasionadamente las grandes estaciones de ferrocarril.  Sé que suena extraño, pero las amaba pese a lo que tienen de brutal, de sucio, ruidoso, detestable.  Los trenes, partiendo y llegando con su ruido a catástrofe y su fiesta violenta, comunicaban a mi cuerpo una alegría casi erótica, de aventura.”

La garrapata

“Fue una de aquellas noches de Bragado, una noche calurosa, agujereada de grillos y sonidos vagos cuando lo comprendí.  O para ser exacto, cuando estuve a punto de comprenderlo.  No podía pegar los ojos y salí al jardín.  Caminaba bajo las pérgolas, suponiendo que ellos estarían dormidos, y, asombrado, vi luz en la sala.  Al acercarme oí un sonido bajo, premioso: la voz de Norah.  Luego, en un tono indescriptible, una respuesta que no entendí: la voz de Sebastián.”

Las panteras y el templo

“Todavía soy yo, todavía me aferro a estas palabras que no pueden explicar nada, porque quién es capaz de sospechar siquiera lo que fue aquello, aquel arrastrarse centímetro a centímetro en la oscuridad, casi sin avanzar, oyendo el propio pulso como un tambor sordo en el silencio de la casa, oyendo una respiración sosegada que de pronto se altera por cualquier motivo, oyendo el crujir de las sábanas como un estallido sólo porque ella, mi mujer que duerme, y a la que yo arrastrándome me acerco, se ha movido en sueños.”

Week end

“En el silencio oyó, como si fuera un recuerdo y no un sonido, el remoto murmullo del agua.”

Noche para el negro Griffiths

“Usted no se imagina lo que es New Orleans.  Es una ciudad con acústica: toda la ciudad.  Rodeada de agua y de niebla sonora, se lo juro.  No es imposible que una trompeta, quiero decir, una trompeta como aquélla, se escuche a diez millas, y aún más lejos.  La música caía sobre uno desde cualquier parte por las noches.  Éramos chicos y corríamos buscando la música, que siempre sonaba en otro sitio.”

El hermano mayor

“La risa del hermano mayor sonó ahogada y ambigua.  Una risa profunda que culminó en un falsete como un quejido.”

“El más joven se detuvo y giró la cabeza, desconcertado.  Sólo se oía el paso del viento entre las ramas.  La música ya no se oía.

-Cambió el viento- dijo el mayor.

-Qué raro oír eso.  Oír que ha cambiado el viento.  En las ciudades nadie dice una cosa así.  Nadie se da cuenta cuando cambia el viento.

El que se detuvo ahora fue el hermano mayor.  En la oscuridad del empedrado se oyeron, lentos, los cascos de un caballo.”

Cita en cualquier lugar

“Se oyó el rumor sorpresivo de unas alas, se oyó el grito alarmado de un pájaro despierto de golpe quién sabe de qué horror de pájaro soñando, y un gran cuerpo alado chocó torpemente contra el foco.  Hubo un grotesco bailoteo de sombras en los tapiales y, por fin, mientras la calle y sus árboles se hundían en la oscuridad, el batir de las alas se perdió en cualquier rincón de la noche.”

HEMINGWAY, ERNEST: Cuentos

La breve vida feliz de Francis Macomber

“Había comenzado la noche antes, cuando se despertó y oyó el león rugiendo en algún lugar inconcreto, río arriba.  Era un sonido grave, rematado por una especie de gruñido mezclado con tos que parecía proceder de delante de su tienda, y cuando Francis Macomber se despertó en plena noche para oírlo tuvo miedo.  Oía a su esposa respirando plácidamente, dormida…

… por la mañana, mientras desayunaba a la luz de un farol en la tienda comedor, antes de que el sol saliera, el león volvió a rugir y Francis pensó que estaba en los límites del campamento…”

“Justo en ese momento el león rugió con un gemido cavernoso, repentinamente gutural, una vibración ascendente que pareció sacudir el aire y acabó en un suspiro y un gruñido intenso y cavernoso.»

Mi viejo

“Yo retrocedía y me sentaba a su lado y él sacaba una cuerda del bolsillo y comenzaba a saltar a la comba al sol con el sudor empapándole la cara, y él venga a saltar a la comba en medio de una nube de polvo blanco y la cuerda patatí, patatí, pat, pat, pat, y el sol cada vez más caliente, y él saltando cada vez más deprisa, subiendo y bajando un trecho de la carretera.  Os digo que era un gusto ver a mi viejo saltar a la cuerda.  Podía hacerla girar deprisa o despacio y con todo tipo de filigranas.»

El gran río Two-Hearted

“Hubo una larga sacudida. Nick pegó un tirón y la caña cobró vida peligrosamente, se dobló, el sedal se tensó, salió del agua, se tensó, todo ello en un tirón fuerte, peligroso, constante.  Nick se dio cuenta de que la hijuela se partiría si la tensión aumentaba y soltó sedal.

El carrete vibró en un chillido mecánico cuando el sedal se desenrolló velozmente.  Demasiado deprisa.  Nick no pudo controlar la velocidad a que salía, y el sonido que emitía el carrete se  fue haciendo más agudo a medida que se soltaba sedal.

Ya con el alma del carrete asomando, el corazón casi detenido de la emoción, echándose hacia atrás contra la corriente que le subía helada por los muslos, Nick metió el pulgar de la mano izquierda en el carrete para sujetarlo.  Resultaba incómodo meter el pulgar dentro de la estructura del carrete.”

“Che ti dice la patria?”

“Habíamos abandonado la zona de bosque; la carretera se alejaba del río para comenzar a ascender; el radiador hervía; el joven miraba irritado y suspicaz el vapor y el agua de color óxido; el motor chirriaba, y Guy tenía los dos pies en el pedal del acelerador; íbamos en primera y el coche subía y subía, retrocedía, avanzaba y subía, y por fin llegó arriba.  El chirrido se detuvo, y en medio del reciente silencio se oyó un estruendoso borboteo en el radiador.  Estábamos en lo alto de la última sierra que había por encima de Spezia y el mar.  La carretera descendía con curvas breves y apenas pronunciadas.”

Ahora me acuesto

“Aquella noche nos tendimos en el suelo de la habitación y escuchamos comer a los gusanos de seda.  Los gusanos de seda comían hojas de morera y toda la noche los oímos comer y el susurro que hacían entre las hojas.”

“Y aquella noche escuchaba los gusanos de seda.  Por la noche se puede oír comer a los gusanos de  seda muy claramente, y me quedaba con los ojos abiertos y los escuchaba”

“Estábamos echados sobre unas mantas extendidas sobre paja, y cuando nos movíamos la  paja ruido, pero a los gusanos de seda no les asustaba ningún ruido que pudiéramos hacer, y seguían comiendo tranquilamente.  También estaban los ruidos de la noche a siete kilómetros al otro lado de las líneas, pero eran distintos de los pequeños ruidos que se oían  en la habitación a oscuras.  El otro hombre que había en la habitación intentaba permanecer en silencio.  Entonces volvió a moverse.  Yo también me moví, para que supiera que estaba despierto.”

“Le  oí girarse debajo de sus mantas, sobre la paja, y al poco se quedó muy callado y lo escuché respirar de manera regular.  Luego comenzó a roncar.  Estuve mucho tiempo escuchándolo roncar, y cuando dejé de escucharlo roncar me puse a escuchar comer a los gusanos de seda.  Comían sin parar, y se oía ese susurro entre las hojas.”

TANIZAKI, JUNICHIRO: El elogio de la sombra

“Aún a riesgo de repetirme, añadiré que cierto matiz de penumbra, una absoluta limpieza y un silencio tal que el zumbido de un mosquito pueda lastimar el oído son también indispensables.  Cuando me encuentro en dicho lugar me complace escuchar una lluvia suave y regular.  Eso me sucede, en particular, en aquellas construcciones características de las provincias orientales donde han colocado a ras del suelo unas aberturas estrechas y largas para echar los desperdicios, de manera que  se puede oír,  muy cerca, el apaciguante ruido de las gotas que, al caer del alero o de las hojas de los árboles, salpican el pie de las linternas de piedra y empapan el musgo de las losas antes de que las esponje el suelo.  En verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones  y los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar en ellos innumerables temas. Por lo tanto no parece descabellado pretender  que  es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento.”

“Siempre que oigo el ruido semejante al canto de un insecto lejano, ese silbido ligero que perfora el oído, emitido por el cuenco de sopa que  tengo ante mí, y saboreo por anticipado y en secreto el perfume del brebaje, me encuentro transportado al terreno del éxtasis.  Se dice que los amantes del té, al oír el ruido del agua hirviendo, que a ellos les evoca el viento en los pinos, experimentan un arrebato parecido tal vez al que yo siento.”