BAKER, J. A: El peregrino.

“El primer pájaro que busqué fue el chotacabras, que solía anidar en el valle.  El canto es como la caída de un chorro de vino en un barril hondo y resonante.  Es un sonido fragante, con un aroma que se eleva al cielo callado.  Al resplandor diurno suena más flaco y más seco, pero con la oscuridad se hace añejo y melodioso.  Si los cantos tuvieran olor, este olería a uvas y almendras machacadas en madera oscura.  El sonido rezuma sin que se pierda una gota.  La madera rebosa de canto.  Luego para.  De golpe, inesperadamente.  Pero el oído sigue percibiéndolo, eco prolongado y declinante que  se escurre ondulando entre los árboles de alrededor.”

“De repente echaron a volar corriente arriba y cientos de pinzones se arremolinaban para alejarse con el frufrú de alas desesperadas”

“Hubo un ronroneo sibilante parecido al repique lejano de una agachadiza.”

“De los campos partió una salva de chorlitos que alborotaron el horizonte con un oscuro susurro de alas”.

“Junto al río dominaba el silencio.  Solo se oía un lejano susurro de cañas y el aliento suave del viento y la lluvia.  En algún punto del este empezó un monótono kiirk, kiirk, kiirk.  Tardé mucho en reconocerlo.  Primero pensé que era el bufido chirriante de una bomba de agua, pero a medida que se acercaba comprendí que era el chillido del peregrino.  Esa especie de rechinar de sierra se alargó por veinte minutos paulatinamente se hizo más débil y espasmódico.”

“El cuervo reculó y el peregrino volvió a chillar.  El grito lento, áspero, puntiagudo, serrado, me llegaba claramente a través de trescientos metros saturados de niebla.  La llamada de un peregrino tiene un fino halo de reto cuando hay riscos, montañas o valles anchos que le den eco y timbre.  Un segundo cuervo echó a volar y el halcón se calló.”

“El campo estaba en silencio, en brumas, poblado de movimientos furtivos.  Un viento frío veteaba el cielo de nubes.  De las hojas secas de los  setos donde correteaban los gorriones  surgía un rumor de lluvia.”

“Cantó un pájaro; una especie de ladrido sordo, cortante, como de garza llamando en sueños.”

“Oí una hoja desprenderse y ondular en caída hasta dar en la superficie brillosa del camino con un ruido leve y áspero.”

“No paraba de llamar; era un gruñido penoso que se agudizaba en silbido desconsolado”

“De la gran laguna de la marisma, como una orquesta que afina, llegó el murmullo de una bandada de cercetas.”

“Doscientas avefrías y muchos zorzales reales y alirrojos y mirlos atendían a los ruidos de los gusanos cuando bajé a lo largo del arroyo, que rumoreaba en la mañana serena”

“A larga distancia empezó un golpeteo duro.  Era como si un zorzal machacara un caracol en una piedra, pero venía de arriba.  En un roble de un seto, en la punta de una rama lateral, un pico menor, aferrado a una varilla, martillaba una agalla de cera tratando de sacar la larva que tenía adentro.”

“Yo me puse a golpetear una agalla con la uña y después con una piedra afilada pero no logré reproducir ese sonido crepitante que se oía a cien metros.”

“A medida que bajaba el sol se iba haciendo más fuerte el pii-huí de los chorlitos.”

“El gorjeo de los pájaros se mezcló con los ladridos pulsantes de los beagles y las pisadas de la liebre en fuga, que atravesó un seto y al tirarse al río pulverizó el agua como una palada de tierra.”

 “Ululan las lechuzas recién despiertas.  Las primeras estrellas resbalan cielo abajo.  Como un halcón en su percha, escucho el silencio y atisbo la oscuridad.”

“El llamado de alarma llegó de repente, agudo, crudo, fuerte, un sonido de resuello, estrujado, que decía “halcón a la vista”.  Junto al puente, en las varas desnudas de los tilos, zorzales silenciosos observaban el silencio.”

“Al primer chistido de un mochuelo, una musaraña se escabulló bajo un seto y se escondió entre hojas muertas.  La llamada paralizó de golpe a unos ratones de campo que corrían por las ramas de un arbusto inclinado sobre el río.  Cuando cesó, los ratones se echaron al agua y nadaron a refugiarse entre los juncos.  Yo anduve al borde del seto.  Me sobresaltó el salto repentino y ruidoso de una becada. Voló hacia el cielo y vi el largo pico curvado hacia abajo y las alas romas, como de lechuza, y oí el fino silbido y el graznido gutural de su llamado itinerante; cosa rara de oír en un frío anochecer de noviembre.”

“El sol encendía el coral de los setos helados, blanco como hueso, de un resplandor frío y hosco.  En el valle silencioso  no se movió nada hasta que la escarcha empezó a fundirse al sol, y evaporarse, y los árboles a gotear, en una cueva de bruma que las primeras voces de las granjas venían a poblar de ecos y vaguedades.”

“Doradas hojas de sol caían lentamente por la niebla matinal.  Los campos brillaban de humedad bajo un cielo azul.  De un olmo cercano al río el halcón macho despegó a la luz neblinosa, llamando con un sonido alto, ronco, empañado: un kiirk, kiirk, kiirk, kiirk, kiirk filoso y bárbaro.”

“Llegué al estuario con la marea alta.  Miles de correlimos relucientes se zambullían en el agua siseando.  Barnaclas carinegras y silbones flotaban  en las bahías  desbordantes.  Los cazadores se habían ido.  A través de flashes de bronce y los ecos del atardecer temprano, los silbones no se hartaban de chiflar y un solitario colimbo chico elevaba su queja melancólica.”

“Despegaron con un tremendo ruido nasal: un estornudo de agachadiza, no una exhalación.”

“Después de la puesta se despejó el cielo.  Muy a lo lejos, arriba, hubo un ruido como fósforo raspado.”

“El duro silbido de los patos chillones no cesaba de resonar sobre el agua fría.  Cuando no estaban volando, dejaban escapar por la nariz un sonido magro, ronco, una especie de  ang-üiic, y sacudían tanto la cabeza mofletuda que los ojos festoneados de amarillo parpadeaban al sol locamente.”

“El aire sabe a metal frío.  El halcón macho sube a los árboles planeando como una sombra.  Llama una vez: un sonido final como un repique de una reja que se cierra.”

“Es un gruñido vibrante; sostiene una pausa sensitiva, larga hasta lo casi insoportable; luego suelta la recua de burbujas de su trémulo canto hueco.  El canto baja resonando hasta el arroyo y quiebra la superficie helada del aire.”

“A través del bosque, por los meandros del río, me llegó el canto agudo y trémulo de un martín pescador, suerte de silbido de una respiración”

“Y ahora solo se oía el susurro de la nieve al derretirse, un rumor tenue, como de un ratón en hierba seca, y el cascabeleo de un pedregoso hilo de agua que iba a dar al arroyo.”

“Voló por encima de mí y en el primer frío de la noche primaveral de repente llamó.  Un chillido vibratorio se alargó hasta afilarse y espinosamente se fundió en el silencio.  Pero no el mismo silencio que antes.”

“El huerto estaba tranquilísimo al sol, recorrido por una luz ámbar pálido.  No se oía más que el canto de los zorzales y los mirlos, amortiguado por la distancia, de tanto en tanto el llamado de una gallineta, crujido y susurro de ramitas al viento.  El único movimiento era el de la silenciosa trilladora de las alas del halcón a través de los corredores soleados.  Silenciosa para mí; al oído de los ratones de la hierba baja, de las perdices ocultas y mudas en la hierba alta alrededor de los árboles, esas alas raspaban el aire con el gemido candente de una motosierra.  Le temen al silencio; cuando arriba de ellas cesa el ronroneo, se preparan para el choque.  Lo mismo que en la guerra nosotros aprendimos a temer el silencio súbito de la bomba en vuelo, sabiendo que la muerte estaba al caer, pero no dónde ni sobre qué.”

Del rompeolas llegaba el chirrido árido de unas parejas de perdices.  Al principio eran llamadas resecas sin la menor sincronía.  Luego el aleteo nervioso empezó a extraer un sonido gutural, decreciente, que poco a poco expiró mientras las aves planeaban por encima de un seto y se dejaban caer a cubierto. Parecían esos juguetes a cuerda que balbuceaban hasta callar.”

“Al anochecer, cuando empieza la caza, vuelven a ser diferentes. El canto de primavera es una sola nota de oboe, ascendente, hueca, dulcemente patética. Suena como si a lo lejos un zarapito real llamara en sueños.”

“Desde el cielo empezó a llegarme una curiosa suerte de balido, al principio débil, poco a poco más fuerte…..

….cada veinte segundos se arrojaba de lado unos metros y abría tanto las plumas de la cola que al golpe del aire despedían ese raro balido de peine envuelto en celofán que se llama tamborileo.  Se podía distinguir el zumbido de entre ocho y diez notas, la cuarta o quinta las más fuertes.  Subían en crescendo y se apagaban cuando la agachadiza reanudaba los círculos.  Era un sonido pasmosamente fuerte, como el aleteo violento de una serie de flechas gigantes.”

“El pico percutía con tal rapidez que era imposible ver cada golpe; la cabeza se borroneaba.  Es una acción algo más lenta que la del pico picapinos.  El timbre es más agudo y no se apaga en la distancia.  Con la práctica uno llega a distinguir cuál es cuál.  El oído aprende más deprisa que el ojo.

Después de ese tamborileo dio una docena de picotazos, lenta, enfáticamente y con mucho ruido, echando la cabeza tan atrás que tenía que alargar las patas al máximo.  El segundo pájaro se acercó, dio un rodeo y aterrizó del otro lado del árbol.  Por un minuto ninguno de los dos se movió.  Luego el segundo pájaro se puso a aletear tan agresivamente que desalojó al otro y lo reemplazó en la consola de sonidos.  Cuando el golpeteo del pico menor se prolonga, tiene cierto parecido –en resonancia y vibración- con el canto del chotacabras.  No cabe duda de que este sonido es un resultado mecánico del tabaleo del pico en la madera seca, pero hasta cierto punto puede repercutir contra la siringe del pájaro.  Esto explicaría el increíble volumen.  El golpeteo más estridente se produce con los extremos de las mandíbulas bien separadas.”

“En el Bosque Norte había un alboroto de picos picapinos.  Siete zarparon a la vez de un mismo árbol gruñendo como lechones.  Después de separarse se alejaron flotando con las alas duras y estiradas.  Pararon en árboles de alrededor y tabalearon un momento antes de dispersarse, bufones gloriosos en el bosque de Arden.  Cuando la textura de la madera es la apropiada, el golpeteo de pico picapinos tiene un sonido hueco y abundante.  El pájaro mira el árbol un momento, se echa despacio hacia atrás y se dispara.  A ese golpe le sigue una andanada veloz.  Parece que el pico saltase contra la madera como una bola que rebota cada vez menos.  La percusión se suaviza y el pico se acerca más y más hasta que al fin casi se apoya en el árbol y el tamborileo se apaga.  Cuando el pico oye otro golpeteo enseguida responde.”

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